Sabemos que será un viaje largo. Nos preparamos para eso y para la cantidad de carros que estarán en carretera pues es el final de un puente festivo plagado de reinados y de actividades. Además estamos en vacaciones de mitad de año y la gente recibió la prima.
Llevamos agua y cositas para ir picando. En una de esas pocas rectas que tienen las carreteras colombianas vemos la oportunidad de adelantar otro auto; de pronto una nube de hojas secas revolotea, bailando sobre nosotros. Veo con cuidado y no son hojas; son fantásticas mariposas amarillas y luego ya no son mariposas sino pétalos de flores. Desaparecen luego y sigo mirando al frente. La recta se prolonga y sube una cuesta no muy inclinada. No dejo el asombro. Miro al lado para comentarle al conductor lo que pienso, siento y creo de lo que acaba de sucedernos. No hay nadie... Nadie conduce el auto que ahora es más grande y está más luminoso. Miro atrás y veo rostros. Cuatro o cinco caras que asombradas pero sin decir nada miran a los lados, al frente, hacia atrás y de nuevo a los lados. Como yo, no saben qué sucede. No reconocen ni reconozco a nadie. El auto con nosotros adentro; preguntándonos qué es lo que sucede; sigue su rumbo; por esa amplia carretera recta que sube y sube.
Sabes que soy de pocas lisonjas y piropos, amiga, pero este escrito es, con mucho, uno de loas que más me ha gustado de tus más recientes producciones. ¡Totalmente!
ResponderEliminar;)
ResponderEliminar