Rompió el muro que lo separaba del mundo. No fue cosa sencilla pues solo
contaba con su cuerpo para hacerlo. No tenía manos y por lo tanto usó lo
único que tenía. Su pico. Por fin y luego de mucho luchar logró
abrir un pequeño huequecillo y ya respirando y ampliando sus pulmones se movía
tratando de hacerse más grande hasta que logró romper la cáscara y salir.
Vio una hembra hermosa, brillante y grande y a su lado otros como ella; haciendo lo mismo que había hecho ya. Unas de aquellas esferas
parecían tener vida propia, otras no.
Al cabo de un rato pudo moverse mejor y motivados por la madre, salieron
del sitio calientito que los abrigaba; llegaron a otro con piedrecillas y arena y un
poco más allá algo que su madre llamó huerta. Escarbaron con las paticas
y con el pico y encontraron jugosos gusanos que degustaron con fruición.
Al cabo de un rato un personaje extraño y muy diferente a ellos, les arrojó comida que no era tan jugosa pero
que igual era rica y muy divertida de atrapar. Competía con sus hermanos
para conseguir la más grande; la mejor.
Ya en la tarde regresaron al nido y se durmieron plácidamente bajo las
alas de la mamá.
La vida continuó así por muchos días. Pero hubo uno en
particular que vio aquel hermoso macho. Plumas largas en su cabeza y ni
hablar de la hermosa cola que lo decoraba. Fue amor a primera
vista. Él, luego de pretenderla por un rato, se le acercó, le habló al
oído y luego cuando ella menos lo esperaba la montó. Susto, espanto y
luego de nuevo nada. La vida prosiguió entre ir a la huerta, buscarse la
comida, recibir el maíz y dormir de nuevo.
Cualquier día sintió una enorme necesidad de meterse en su nido a una
hora que no era la acostumbrada. Igual fue hasta allí y ¡oh sorpresa! Con
esfuerzo depositó en su nido una de esas esferas blancas que ya había visto al
nacer. Se sintió emocionada y la cuidó con esmero, no lograba dejar de
mirarla y de contarle alocadamente a todo el gallinero lo que había
sucedido. Quería que el mundo lo supiera
y lo viera también. Al día siguiente otra y esa misma tarde otra y así
hasta que juntó ocho. Se sentía orgullosa y su pecho se henchía de
orgullo y de amor. Amor, porque ella amaba esos pequeños círculos blancos.
Veintiún días después, los huevos empezaron a moverse y de ellos salieron ocho
hermosos pollitos.
Entendió
entonces nuestra bella gallina que el ciclo de la vida empezaba de nuevo.
Patricia Lara P.