sábado, 13 de febrero de 2021

Despertar a pesar de

Despertar a pesar de

Despertar y saber que no fue el último día. Y que la certeza te destruya el corazón pues las ganas mustias yacen en un rincón del cuarto adormecido. 
La vida se prolonga o se desplaza, repta tan lentamente que el dolor se agolpa y apretuja el alma, la macera en el mortero del día a día.
Mierda.
Despertar y saber que la vida continúa a pesar de la falta de ganas. A pesar de la falta de vida.


Patricia Lara P

Acado de tener...

Acabo de tener un dejavú.  Y me espanté un poco, mucho en realidad. Horripilante vivir una y otra vez situaciones tan insustanciales. ¿En qué momento se trascendería a cosas más sustanciales? Es que en realidad los seres humanos somos tan insignificantes que la vida se nos va en nimiedades.

Yo aquí como siempre pensando pensamientos pensantes.

Patricia Lara P

Y porqué

 Y porqué estás ahí tan solo

Y porqué el silencio te acompaña
Y porqué tu corazón palpita tan callado
Y porqué la gente a tu alrededor camina y se aglomera y habla y no se calla.
Pero aún así el silencio es el único que te acompaña.

Patricia Lara P

360

360

Trescientos sesenta días mirando al mundo morir de a poco. Trescientas sesenta sesiones agónicas de malas noticias en tv y visitas virtuales desde el mirador digital del cuarto de pánico en el que se aisló. Trescientos sesenta días atisbando por la mirilla, con el ojo agotado, las pupilas dilatadas y la esperanza perdida.  Fueron infructuosos sus intentos de comunicación con el exterior o de digitar una contraseña que por fin le permitiera salir.  Le ganaron el miedo, la sed de palabras y abrazos y la certeza de que nadie le extrañaba.  El tiempo se alió con la espera y la incertidumbre, los cabellos se le encanecieron a la par que su rostro comenzó a mostrar signos de un envejecimiento poco propio de sus cuarenta y tres años recién cumplidos.  A oscuras, Laureano sintió el peso de su cuerpo cansado y dejó de caminar, posándose en un puff ubicado en la esquina derecha, cerca al panel de control de los servicios electrónicos del cuarto, que hacía 6 horas (¡360 minutos!) habían dejado de funcionar. Su respiración, antes jadeante, se tornó lenta y superficial, hasta volverse casi imperceptible. Todo esto que le pasaba era incomprensible pero, después del fallo de su casa inteligente, adquirida casi un año atrás, ¿qué más podía esperar?   Lejos, muy lejos, quedaban ya el entusiasmo inicial y la alegría de ser pionero en el uso de esta novedosa tecnología, tan lejos como el recuerdo de la noticia de la pandemia, el inicio de la cuarentena y la señal de alarma en la que la asistente electrónica le indicaba que debía resguardarse en aquella habitación que ahora le asfixiaba.

No supo si fue una mala jugada de su mente, o si lo soñó:  alcanzó a ver que la puerta del cuarto se abría para dar paso a dos sujetos con trajes de protección y máscaras especiales.  Una fuerte luz lastimó sus ojos y, justo antes de que se cerraran para siempre, escuchó a uno de ellos decir: "experimento 360 culminado, despejen el área y preparen el próximo ingreso".
Afuera, en la fachada de la casa, muy cerca del borde del pequeño jardín, una joven ejecutiva, muy atractiva y muy pulcramente ataviada, fija un cartel que reza: *CASA INTELIGENTE EN VENTA*
*Inmobiliaria 3-60*
_*Vive con nosotros una experiencia de 360 grados.*_

B. Osiris B.

El árbol

Tenía ese hermoso árbol en el antejardín. Cada tanto se llenaba de frutos verdes primero, rojos después y al final se veían casi negros. Gordos, jugosos y dulces. Ella notaba que las aves no se les acercaban a pesar de que si construían sus nidos entre sus ramas largas y con mucho follaje.

La gente se acercaba a mirar esa maravilla de la naturaleza. 
Ella disfrutaba hablándoles de él y les hacía degustar una par de frutos al menos.
Luego, en las noches. Mientras desde el balcón observaba la calle. Ella pensaba en las personas que habían disfrutado los frutos. Se moría de risa imaginando el cólico, la diarrea que les habría ocasionado y reía aún más pensando, que quizás algún día. Alguno de ellos no podría sobrevivir a su veneno. Es que aquel árbol producía unos frutos sumamente venenosos. 


Patricia Lara P

jueves, 4 de febrero de 2021

Observo el coqueteo

 Observo el coqueteo

Una sonrisa va
Una caricia en el cabello
que simula quitar alguna brizna
Un saber todo del otro
el conocer la relación que cada uno tiene
-Y no importar gran cosa-
Es sólo un gusto
-piensan-
Y se van enredando
y cuando menos lo esperan.
La pasión surge
arrasándolo todo
Vidas, familias, hijos, amigos, conocidos.
-todo-
Es sólo un coqueteo.
-pensaban-

Patricia Lara P

La luz se hizo

Y me sorprendió el instante en que la luz se hizo. Pues a pesar de hacerlo paulatinamente. A mis ojos fue instantáneo.

El dolor ocular que precede al momento, ocultó el corporal; el sanguíneo. El golpe directo al pecho que como rayo me partió en dos.
El antes y el ahora. De la misma mujer convirtiéndome en otra. O en la misma más fuerte.

Patricia Lara P

Una anecdota

 Escucho a Rodolfo Aicardi y bailo y canto mientras tanto.

Un amigo de mi hijo comenta que su mamá tiene una colección enorme de canciones del hombre.
Mi hijo le pregunta a su amigo que si sabe porqué oigo las canciones. El muchacho responde que no. ¿Que porqué? A lo que mi hijo réplica. Porque las quiere escuchar.
Plop
No pude aguantar la carcajada.

Patricia Lara P

Intento

Los juncos se mecen

El sol tibio

Los acaricia.

(intento de Haiku)



Patricia Lara P

Terror

 Terror


Duermo. Tengo algo así como miedos nocturnos. De un tiempo para acá me despierto casi todas las noches a la misma hora. Las tres de la madrugada. Me da susto levantarme de la cama a esa hora. Pienso en todos los horrores nocturnos con los que crecí y además en los que fuí acumulando con el correr de los años. Nada ni nadie haría que sacara los pies de entre las sábanas, mucho menos que los pusiera en el piso y de caminar hacia el baño o cualquier sitio de la casa ni hablar.
Miro la hora y desespero. Quiero que sean al menos las cuatro. Veo mi celular y reviso todas las redes sociales mientras cada minuto observo la hora. El tiempo que es inexorable y avanza se regodea en mi desesperación. Ahí sí parece que no tiene prisa.
Poner los pies en las sandalias es imposible. Creo que todos los monstruos de mi mente loca, todos los espíritus de mi cerebro casi febril, esperan amontonados, abajo de la cama; para atraparlos.
El tiempo repta... Mi mente vuela... Aún no son las cuatro.

Patricia Lara P

Quenopodio

Quenopodio


Ocho meses de cuarentena, una que otra salida al supermercado y a la oficina, varias miradas furtivas, uno que otro diálogo a distancia prudencial, un café rechazado, dos ramilletes de florecillas silvestres y muchos guiños y suspiros después, pensó en el polvo como en un milagro.
Lo bebió a tragos, disuelto en jugo de naranja, para disfrazar el mal sabor. Las mariposas en su estómago ya le habían dejado suficientes cicatrices tiempo atrás, así que la mejor solución era sacarlas del camino.
Se atipló de quenopodio, el remedio que la abuela aún guardaba en la vieja lata de galletas escocesas de mantequilla que reposaba en el compartimiento del chino con el vidrio roto.  
Vomitó a mares, ni una mariposa, por cierto. Mató las lombrices y la flora intestinal, el amor la siguió atormentando cada noche; mucho más mientras, sentada en la taza del baño, las mariposas en su abdomen parecían levantarla en peso.
Tres días y tres noches estuvo vaciando sus adentros y reponiendo el jugo bien aderezado con una nueva carga del vermífugo.
Esa tercera noche, deshidratada, voló -en sus sueños- elevada por miles de mariposas, hacia su amado que la esperaba entre cúmulos de nubes verde-azules... Sintió el calor de su abrazo y la dulzura de un tierno beso -ya sin mascarillas- mientras cerró los ojos en un interminable suspiro.
Al amanecer del cuarto día, la abuela Marcolina, ayudada por Concepción, el capataz, trató infructuosamente de reanimar a Marisela, cuyo cuerpo inerte yacía con la cara en el borde de la taza del servicio, sus ropas manchadas de un brillante líquido verdeazul, sus brazos asiendo en un abrazo el retrete, y una tierna sonrisa en su rostro.
Al moverla suavemente para retirar a la señorita de tan inconveniente lugar, Concepción vió salir de su boca dos diminutas mariposas amarillas que revolotearon un poco y, juntas, salieron volando por la pequeña ventila del cuarto de baño, dejando una delicada estela dorada a su paso.

B. Osiris B

Me caí

Me caí. Mi hija se asustó mucho.  Yo analizo el golpe y paso revista. Ningún daño físico, todos en la autoestima. La chica de una tienda preguntó si necesitábamos ayuda. Afortunadamente no. Laura y yo empezamos a reírnos. La muchacha dijo: "Tenía pena de reírme, pero ya que ustedes lo hacen... Jajajajaja".Seguro es por "la edad" que me estoy volviendo más torpe. Jajajajaja. Me duelen las rodillas y la mano derecha. Lo demás, bien gracias. Jajajaja.

Patricia Lara P

Caduca

Camina como si una vieja caduca y destartalada fuera. Se apoya en el andador que antaño fuera de su difunto esposo. La gente la observa con ganas de ayudarla. Se demora una eternidad cruzando la calle y ni hablar de la vida. Todos aquellos que la conocen y la sufren no hacen mas que esperar... Esperar a que parta.  Pero incluso el camino hacia el infierno lo hace en andador. 


Patricia Lara P

Días

Hace días no me acercaba a este lugar tan mio. A este lugar en el que dejo deambular mi alma desnuda, a este lugar que se ha convertido en mi casa, mi casa dentro de mí.  Diferentes sucesos me han alejado de él, entre otros algunas molestias físicas que me ocasionan desasosiego.

Dejaré un par de cosas por aquí, y espero volver pronto.  Extraño este rincón que me da tanta paz.

Gracias.

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...