Un día se metió en tantos líos con sus vecinos, debido a las historias que de ellos contaba; que decidió mudarse y tomar distancia. Llegar a un sitio nuevo, nuevecito. Un lugar que apenas se estuviera construyendo y asentarse allí. Hablar lo mínimo pero siendo muy amable para no resultar descortés y sin meterse en la casa y menos en la cocina de nadie.
Aprendió por la mala que todo lo que se cuente tiene un sesgo muy
personal, y que cada quien ve el partido desde su propio sitio. Y eso
hacía por supuesto que cada historia tuviera diferentes versiones incluso de
personas que estuvieron en el lugar y la vivieron, pero eso no era todo.
Los que la habían oído por supuesto la contaban diferente y ni que decir de los
que la habían escuchado contada por el amigo de un amigo de otro amigo.
Sus intenciones con la mudanza eran buenas, pero el vicio de los años de
escuchar tras las paredes, de leer entre líneas, de pararse al lado mismo del
confesionario y de oírlo todo no podía ser
borrar de tajo y mucho menos solo con
las buenas intenciones. Y ni hablar
entonces de contarlo luego a todo aquel que quisiera escucharlo. Mientras miraba a los lados y usaba un tono a
media voz.
Llegó al barrio nuevecito, que aún olía a cal y a pintura fresca. Los rostros jóvenes
y tersos casi todos la llenaron de emoción y solo al verlos empezó a hacer
conjeturas, a unir a esta con aquel y a meter en la cama de la pareja al vecino
soltero o a la vecina curvilínea.
Su mente se pobló de imágenes inexistentes. Al mismo tiempo que
creo personajes que aún no habían llegado al barrio y a los que hizo vivir en
su propia casa. Su vivienda entonces tomó vida. La música vibraba
con locura, las risas se escuchaban a dos cuadras y la charla alocada no
paraba.
La gente empezó a quejarse de los vecinos de la casa blanca a mitad de
la cuadra. Los policías llegaron y al entrar no lograban entender bien el
cuadro grotesco que encontraron.
Una mujer vestida toda de negro, con los labios muy rojos y dos trazos color rubí en las mejillas hablaba y cantaba al mismo
tiempo. De una silla en la que se encontraba sentada tomando el té,
saltaba a otra en la que estaba degustando un whiskey en las rocas y luego,
volaba a la cocina donde preparaba chocolate caliente para sus sobrinos.
La
cháchara era incesante y el ruido ensordecedor. Pero ella feliz ni lo
notaba.
Patricia Lara P.