viernes, 29 de octubre de 2021

Y tú

 Y tú, ¿Cómo estás?


Yo, como el país:
vuelto mierda,
pero con la esperanza a flor de piel
y la sonrisa languideciendo
en el atardecer
de mis lagunas gemelas,
desbordadas de sal 
e incertidumbre.
Y tú, ¿Cómo estás?

B. Osiris Bocaney

A veces quisiera...

 A veces quisiera expresar todo lo que pienso

Pero soy consiente
De que tanta rabia haría más daño que bien.
A veces deseo pensar que los otros saben lo que me habita
Pero estoy segura de que si lo supieran se alejarían lo más y mejor posible.
A veces quisiera conocerme como creo que me conozco hoy. Pero soy consiente que la mujer que me habita hoy mañana será solo un sueño.
A veces me amo mucho, otras veces me desprecio un tanto.
Es que no soy la mujer que quiero ser las veinticuatro horas del día.
A veces, solo a veces.

Patricia Lara P

Las lágrimas


 Yo no lloro. No acostumbro llorar. Igual no es por resequedad en los ojos, ni por deshidratación. Es solo, que no me gusta el llanto. Y odio lo que las lágrimas le hacen al rostro.

A veces bostezo y una lágrima aflora y algunas veces desciende por la cara.
A veces, sin más ni qué sucede. No por un incidente, ni por una situación puntual o una tristeza reciente. Tan solo la lágrima sale y se desliza. Con la punta de un dedo la tomo y la seco frotándolo con otro.  Muy seguramente las lágrimas deben salir, bailar entre las pestañas y caer. No porque exista un motivo, muy seguramente por todos los motivos.
Mejor dejemos el dolor de lado y pensemos únicamente en las lágrimas. Las que son porque sí.

Patricia Lara P

Dirígete a la luz

 

Dirígete a la luz, fue lo que me dijo. Yo pensé... ¿Me morí? ¿A qué hora? ¿Cómo sucedió?

¡Válgame Dios! Cómo es que me muero y ni me entero. ¿Cuánto tiempo llevo en el mundo de los muertos, espantando a los vivos? ¿Mierda!
De pronto la persona que me habló suelta una carcajada. Y entre risa y lágrimas se burla de mi cara.
Cuando dije "dirígete a la luz" me refería a que encendieras la luz. Tu rostro fue un poema a la sorpresa. Todos los sentimientos se reflejaron en él. Sorpresa, alegría, desolación, alegría de nuevo. Y todo en tan sólo una fracción de segundos.  No pendeja. Aún no estás muerta.

Patricia Lara P

Doña Justa


Doña Justa
Fue una niña tranquila, rayando en o taciturna, más ensimismada que sociable, más de miradas veladas y suspiros por lo bajo, que de sonrisas y mirada abierta.

De adolescente, muchos la describirían solitaria y hasta aburrida; tan sosa, que ya de adulta sorprendieron sus más de tres matrimonios, con sendos pretendientes cuyas muertes inexplicables sumaron familia y fortuna a Doña Justa, hoy madre de unos quince hijos y abuela de unos veinte.

Hoy, con sus canas y un peinado muy bien logrado, pasa desapercibida en el velorio de su quinto marido, de cuya unión no tuvo hijos, tampoco familia, porque el finado Elisandro -inmigrante devenido en próspero comerciante- tenía, como se jactaba cada vez que tenía oportunidad, la dicha de haber visto morir a toda su parentela.  Allí, confundida con el mobiliario del crematorio, espera a recibir las cenizas.  Tras la mascarilla, sonríe al tiempo que recuerda cuántas veces Elisandro imploró, antes de dejar de respirar, por su inhalador, el mismo que ahora sostiene con fuerza con la mano que oculta dentro de su cartera. En el fondo del salón, dos señoras del servicio que asisten a Doña Justa comentan por lo bajo la mala suerte de la señora, ¡tanto dinero y no de duran los maridos!  Ella las oye, quiere voltear y pedirles silencio, pero estalla en risas que, tras el tapabocas se confunden con sollozos.  Doña Justa ríe hasta las lágrimas, lo único que alcanzan a ver las pocas personas que hoy la acompañan y compadecen su dolor.

B. Osiris Bocaney

Pensando como eran las cosas antes

 Cuando era una niñita, el mundo era diferente. Las personas se comportaban de otras maneras; eran respetuosas de las gentes y de Dios. Creo que eso ayudaba a vivir mejor. A luchar para superarse cada día. Para proveerse y proveer a sus familias de mejores cosas.

Casi nadie quería hacerle daño al otro. Casi nadie robaba algo, pero si lo hacía, era obligado a devolverlo, disculparse y aceptar el castigo que le fuera impuesto.
Salimos buenas personas. Decentes, solidarios, responsables.
Nosotros como padres e incluso los abuelos, decidimos (erróneamente) quizá. Que habíamos "sufrido" mucho. Y que no queríamos eso para nuestros hijos. (Vimos el camino pero no la meta) y empezamos a darles de más, a permitir que nos faltarán al respeto ya que veíamos dizque gracioso que el muchachito fuera tan avispado. 
Gran error. El mundo va patas arriba hacia la debacle. Obviamente no hay que generalizar, pero si debemos ser consientes que hay que volver a ser responsables. A ser padres y no amigos. A poner tareas.
Malinterpretamos el amor y ahí fue donde perdimos el rumbo.
Yo aquí como siempre, dándole vueltas a mis pensamientos pensantes, que locamente me llevan de aquí para allá.

Patricia Lara P

La abuela


 Se acordó de repente que no había pagado el agua ni la luz y sintió un miedo atroz. Las cosas que tenía en la nevera al cabo de media hora estarían descompuestas. El calor era realmente horripilante. Pensó que se moriría de sed. Y que incluso si hubiera pagado el agua no habría servido de mucho ya que tibia sabía horrible. Mejor dicho, era mejor morir de sed que beber ese líquido horrible.

Luego del espanto inicial lanzo una fuerte carcajada que se escuchó en el vetusto caserón.  Despertando a los que estaban dormidos y poniéndoles los pelos de punta a los despiertos.
Cada tanto, ella despertaba del sueño de la muerte atormentada por esa idea. Y cada tanto los habitantes del otrora su hogar morían de miedo.
Aquella carcajada larga les recordaba que tiempo atrás habían dejado morir de sed a la abuela.

Patricia Lara P

Como gata

 

Ahora, frente a un escritorio, sentí que se iban a caer algunas cosas. Mi acto reflejo fue intentar agarrarlas en el aire. Al no lograr tomarlas mi mirada instintivamente fue al suelo. Inmediatamente recordé a mi gato. Jajajajajaja. Tanto convivir con ellos que hacemos cosas similares jajajajaja.

Ops.
Yo como siempre pensando pensamientos.

Patricia Lara P

Hablando de celos

 


Veo Candice Renoir. Una serie de televisión que me gusta. Ella (la protagonista) tiene un novio que es celoso. Investiga a los hombres con los que ella trabaja, le hace mini escenas de celos, etc. 
Al parecer a Candice le molesta su actitud. 
Lo que a mí me intriga. Es que en sus otras relaciones (ha tenido varias) jamás le habían molestado ese tipo de situaciones. A mí modo de ver, incluso le gustaban.
Ahí llega mi pregunta.
¿Será que "elegimos" quien si y quién no, nos puede hacer ese tipo de cosas? ¿Se aceptan dependiendo de quién nos las demuestre? ¿Será que quien nos guste más puede ser un poco más celoso y posesivo?
Hmmm... Yo aquí pensando cosas muy importantes.

Patricia Lara P.

Y sigue quemando

Quema tus pestañas trabajando de sol a sol

Quema tus ingresos en hierbas varias
Quema las hierbas
Quema tus manos 
Quema a tu familia
Quema tu casa
¡Quema, quema, quema!

B. Osiris Bocaney

Quema


Quema las cáscaras de naranja para atraer la alegría.
Quema tomillo para atraer dinero.
Quema cilantro para atraer la lealtad.
Quema salvia blanca para purificar y renovar la energía.
Quema semillas de girasol y azúcar para traer abundancia.
Quema artemisa, para tener clarividencia y sueños lúcidos.
Quema granos de café para espantar a malos espíritus.
Quema romero para eliminar las enfermedades causadas por virus y bacterias.
Quema lavanda, para traer calma y tranquilidad.
Quema manzanilla, para quitar hechizos y traer suerte.
Quema menta, para calmar los pensamientos.
Quema laurel, para terminar con la ansiedad y protegerte de los hechizos.
Quema clavos de olor para evitar chismes, atraer suerte, dinero y buenas amistades.
Quema palitos de canela para darle chispa a la relación y atraer la abundancia.
Quema la cáscara de ajo para evitar  y alejar la envidia y si lo haces en viernes, atraes dinero.
Quema rosa blanca, para aportar armonía y dulzura.
Quema tabaco para expulsar a los malos espíritus.

Autor desconocido

Nota mental:  Pocas veces publico algo que no sea mío. Pero esto me gustó.

Respirando por la herida

 

Algunos critican porque se le da una mejor vida a un animal que a un cristiano. Yo le he dado lo mejor de mi a cada uno de los que se han cruzado por mi camino y han necesitado de mis cuidados. 

Sucede es que el universo entero no depende de mí. Así que hago lo mejor que puedo.
Yo aquí pensando en las injusticias de la vida, en el hambre, las guerras, las personas malas y demás.

Bueno... Yo respondo únicamente por mí.

Patricia Lara P

Pierde

Pierde

Piérdelo todo
-incluso a mí-
pero por nada pierdas
la esperanza.

Pierde el rumbo
una y otra vez,
si eso te lleva 
a hallar la ruta
hacia ti.

Piérdeme de vista
en tus recuerdos
que yo sabré renacer
en el brillo de tu alegría,
en la fresca sonrisa 
matutina de tus ojos.

B. Osiris Bocaney

Viviendo


 Esa manía de pensar que lo que nosotros hacemos es lo correcto y que los demás están equivocados.

No, cada quien vive su vida a su manera. Bien o mal, es su vida y nadie tiene derecho a juzgar.
Además, ¿Quién no se ha equivocado nunca?
¿Quién puede decir que es infalible?
Vivir es caminar, tropezar, caer y levantarse, y seguir caminando. Y así, hasta que ya no hay más vida.
Yo aquí pensando pensamientos mientras deshojo una margarita imaginaria.

Patricia Lara P

Absurdo o grosería

 Lo leí en Twitter: "Muy sugestivo el top. El que no la conozca hasta puede pensar que está buena".

Horripilante que alguien le diga algo así a una chica.
Muy seguramente para él no este bien. Pero habrán muchos para los que no sólo este buena.
Aquí me quedo pensando pensamientos.

Patricia Lara P

Bobadas mías

 


Hoy me desperté muy temprano. Escuché que llovía y me dio flojera/pereza mirar la hora. Cerré mis ojitos de nuevo y luego me desperté a otra hora que no supe.
Me puse las gafas, agarré el teléfono y fui al baño. (El teléfono se volvió obligatorio allí). Intenté leer y no pude. Estaba ya por llorar pero no tenía tiempo. Fui a preparar el desayuno de Ricardo y le alisté la ropa.
Tomé el teléfono de nuevo y olvidé que tenía las gafas en la cabeza, así que agarré las que estaban sobre el libro en mi mesita de noche. 
Leí bien, vi todo "correctamente".  Al terminar decidí tender la cama. Al subirme las gafas a la cabeza noté que tenía las otras.  ¿Y que creen? ¡Eran las de ver televisión! Jajajajajaja.  Con razón no lograba leer nada.
Es que los años no llegan solos.  No sé rían tanto que para allá van también jajajajaja.

Yo.

Patricia la decadente jajajajajajajaja (risa nerviosa).

Patricia Lara P

Los pies

Los Pies


Mientras me preparo tardíamente para iniciar mi caminata dominical (práctica recién retomada -luego de un abandono de casi treinta años- durante las últimas semanas de esta prolongada cuarentena), enciendo mi teléfono y entra una avalancha de mensajes.  Opto por no leerlos porque sé que mi adicción -exacerbada también en la cuarentena- me llevará a sentarme a leer y despistarme, haciendo que postergue esta actividad que mi cuerpo y mi mente claman por llevar a cabo.  

Terminando de prepararme, pienso en el dolor que parece triturar mis pies -todo mi cuerpo, en realidad- cada día y por un momento dudo en la decisión de salir.  Gana mi voluntad: saldré (¡todo sea por la más mínima disminución de mis espasmos corporales!).  Me pongo los arneses que sujetan mi columna en su sitio y los ajusto, me tercio lentes gorro y tapabocas y, de camino hacia la puerta para ponerme las medias y los tenis, exprimo un poco de la crema analgésica que se ha vuelto mi compañera inseparable en estos últimos años.  En la silla junto a la puerta, me siento y -en mi afán por aliviar su dolor- aplico  la crema sobre mis pies, acariciándolos a conciencia, con un suave pero profundo masaje.  Duelen.  Vuelvo a dudar si he de dar la caminata.  Vuelve a ganar mi voluntad. Me calzo las medias y los tenis.

Abro la puerta y antes de salir, me tercio el bolso negro (a juego con el color de mi raída indumentaria) en el cual aguardan mi identificación, mi teléfono celular, los audífonos y una botella desechable, cargada con agua fría, previamente aderezada con una cucharadita de bicarbonato y emprendo mi caminata de hoy.  Coloco música y, mientras tarareo su melodía, me dedico a leer el cuento de una señora muy loca -a quien considero mi amiga y absoluta colega de desvaríos y chorradas- en el que la protagonista sufre un dolor tan grande en los pies que desea un milagro que la libere de su sufrimiento; milagro que se ve realizado con la materialización de un soberano machete, con el que corta sus extremidades y se libera del suplicio a medida que transcurre su exanguinación.  Pienso en mi propio dolor y esa idea me acompaña durante los cinco kilómetros de corto recorrido dominical. Escucho música, respiro, tarareo... Y pienso en el cuento y en mi dolor.  Tropiezo -estricta y figurativamente- con muchas personas, casi tantas como historias imagina esta loca mente mía.  Camino al ritmo de la música, bailando en mi mente, abstraída del ruido del mundo circundante, pero no tanto como para olvidar la idea de los pies, del dolor.  

En el recorrido de retorno, me llama la atención, de entre todos los grupos que van, vienen, juegan, bailan y conversan, un grupo de unos ocho niños que juegan en la calle cerrada al tránsito automotor, en una cancha improvisada con límites laterales imaginarios y sendas arquerías delimitadas por piedras prestadas de la construcción aledaña, suspendida indefinidamente.  Los niños de este grupo irradian una especie de armonía y gozo infantil que cautiva mi atención inmediatamente.  No gritan, no se empujan, juegan como en un armonioso baile.  En el borde de la acera, un fotógrafo con una franela de la selección vinotinto que me causó curiosidad en mi recorrido de ida, permanece -cámara en mano- sentado en el mismo lugar, solo que ahora él también parece cautivado por los niños.  Los enfoca, fotografía y sonríe, casi con el mismo júbilo y candor de los amateurs futbolistas que corren y patean un notoriamente desgastado balón de volleyball.  Sin detener mi andar, los observo y disfruto, acercándome para avanzar por un costado de su efímero campo de asfalto. Llama mi atención un chico que destaca, por la agilidad con que se desplaza y por la destreza con la que conduce el balón, atravesando el espacio dominado por sus oponentes, en busca de un gol.  Sus blancos, cuidados y delgados pies destacan entre los de sus compañeros por su blancura. Y porque van descalzos.  Está descalzo en el asfalto que, a pesar de estar cobijado a la sombra de un viejo araguaney,  irradia el calor de los rayos de sol recibidos desde las seis de la mañana.  Y la desnudez de sus pies no parece resentir los tropiezos con sus oponentes, el impacto del balón, la aridez del terreno, ni el calor del asfalto, tal es su gusto y emoción por el juego que disfruta.  Trato de verlo bien, no sea que mis ojos me engañen. Ya más cerca del grupo un hecho dilucida cualquier asomo de duda: en el borde de la calzada, a unos metros de donde se halla el fotógrafo, sin más custodia que la propia exposición y como en un sitial de honor que ningún viandante se atreve a profanar, reposa un par de zapatos, algo deteriorados y descoloridos , cuidadosamente colocados contra el borde de la acera.  Su medida, a simple vista, coincide con la de aquel par de pieciecillos que, a escasos tres metros de distancia, saltan de un lado a otro en busca del balón.  Sonrío, maravillada, por el candor, la inocencia y la confianza que denota dejar los zapatos a la vera del camino, en una ciudad donde las necesidades, la precariedad parecen estar a la orden del día.

Sigo avanzando y sonrío aún más. Y bailo imaginariamente, mientras me acerco más a mi punto de partida.  Ya a punto de llegar, bajo el ritmo de mi caminata, comprimo un poco los dedos de los pies, buscando aminorar su dolor.   Camino lentamente hasta llegar a mi residencia.  Ya es casi mediodía y el sol está en lo más alto.  Hace calor y sudo copiosamente.  Ya en casa, vuelve a mi mente  la imagen del niño de los blancos pies descalzos y de sus zapatos.  Rezo por que nunca le falten,. Evoco mi pasado y recuerdo que hace un año yo mismo mutilé mis pies con un machete.  Me retiro la gorra, el tapabocas y los lentes.  Tomo un largo trago de agua (a veces pienso que solo la saco a pasear) y suspiro, mientras retiro las prótesis de mis piernas y las coloco a un lado para quitarles los zapatos y las medias.  Vuelvo a colocarles un poco de crema y me pregunto cuándo dejarán de dolerme los pies.

B. Osiris Bocaney

Dolor

 Me dolían tremendamente los pies, los miré concienzuda sin notar absolutamente nada extraño. El dolor provenía de ellos, fluía hacia el exterior y se acumulaba por todos lados. Era absurdo sentir que se iba posesionando de todo mi ser. Era loco notar que no podía pensar en nada más que en eso. En ese dolor ensordecedor, enloquecedor.

La luz brillaba tan intensa que no me permitía concentrarme adecuadamente para darle órdenes a mi cerebro. En ellas le indicaría que fuera calmando todo eso que me estaba volviendo loca. Pero no, tan sólo no lograba concentrarme en algo que no fueran mis pies y ese dolor intenso.
Cerré los ojos y pedí un milagro. Y de pronto ante mis manos tenía un machete. ¿Cómo llegó hasta ahí? Aún no lo entiendo. Igual y sin pensarlo, razonar o decir. Corté de tajo el pie izquierdo y continué con el derecho.
La sangre fluía a raudales y con ella fluía y se alejaba ese dolor intenso.
Ahora sí podré tener un respiro. Ahora podré descansar en paz.

Patricia Lara P

Desorientación

 


Cuando uno llega a un sitio nuevo. Quiere caminar por los espacios otrora habitados. Espera, encontrar las cosas dónde antes estaban. A veces uno se despierta un poco desorientado y debe reacomodarse, reacomodar la vida, la historia a lo que es en la actualidad.
Incluso las cosas más sencillas; el papel en el baño, el jabón en la ducha, el café en la despensa, desaparecen del imaginario actual y se remontan al pasado.
A veces estamos tan dormidos que la vida que vivimos pareciera la de alguien más.
¿Les ha pasado? Aquí me quedo yo... Pensando pensamientos mientras deshojo recuerdos.

Yo.

Patricia Lara

5 pesos

 5 Pesos


Cinco pesos y una vida.
La que se va, en cada recodo,
en cada curva,
en cada manoseo.
La que queda
tras uno que otro escarceo
y crece -queriendo y no-
en un vientre gastado.
Alcancía de cinco pesos
para el mercado
para los pañales,
¡para la madre que exige
y goza la colecta!

Cinco pesos y un nombre.
El de la desidia y la miseria 
de una sociedad 
-cómplice y progenitora-
de una tarifa, 
del nombre del dolor
empadronado a la orilla
de la ruta camionera.

Cinco pesos y ni para la cuenta.
De los pañales,
de la renta, del mercado.
Ni de los gastos funerarios
del cuerpo que yace inerte
a la vera del camino.
Ni para el cuento
de una vida
(de su muerte).

Cinco pesos esparcidos,
dispersos.
Como las lágrimas,
como la prole, hoy sin madre.
¡Difusos e inciertos
como el futuro!

B. Osiris Bocaney

Papá

 Papá


Me gustaría escribir algo lindo de él. Pero en realidad no tengo en mi cabeza muchos recuerdos. En realidad muy pocos.
Me gustaría decir que se preocupó por nosotros. Pero no tengo recuerdos al respecto.
Quizá el mejor recuerdo es de cuando fue a conocer a mi hijo. Dijo que ya no veía, pero que quería tocarlo. Lo tomó en sus brazos y lo cargó unos segundos, dos minutos a lo sumo. 
Luego se fue y no lo volví a ver jamás.
Me gustaría tener algunos recuerdos lindos... de mi papá.

Patricia Lara P

La veinte pesos

 La veinte pesos


Acabo de leer en algún comentario del Facebook que una señora era apodada "la veinte pesos". Eso llevó a mi mente a deambular por diferentes sitios tratando de encontrar el o los motivos para que fuera denominada por muchos de esa manera.
Al parecer y solo porque así lo imaginé. Ella era asidua acompañante de camioneros. Por la módica suma de veinte pesos, además de charla agradable podían parar en algún recodo del camino y tener sexo.
Tenía ella en su casa muchas bocas para alimentar. Bocas que eran cada vez más numerosas debido precisamente a su forma de ganarse el dinero.
No supo sino quien había sido el padre de su primer hijo. Los demás fueron producto se rebuscarse la comida para aquel y la de los que lo siguieron.
Su madre a pesar de insultarla todos los días y todas las horas que la tenía en frente. Recibía gustosa el dinero "sucio" que le entregaba.
La veinte pesos era una mujer como tantas sufrida y resignada.
Un día al no volver a la casa con la comida para la muchachada fueron a buscarla a la carretera por la que trabajaba. La encontraron agonizando, con la boca reseca y llena de hormigas y suplicando unas gotas de agua.
Es muy triste lo que les sucede a tantas "veinte pesos". 

Patricia Lara P

La vida no da espera

 


Hoy, cuando me desperté no sabía que día era. Lo único que no quería hacer era levantarme de mi cama. Al cabo de un minuto de confusión recordé que había que alimentar a los gatos, al pez y sacar a Capitán a hacer pipí. Subí a la cocina y tuve que poner a cocinar la comida de Borges. Ahora espero que se enfríe un poco para poderla servir. Aún no hago las otras cosas.
Y tengo una pereza de padre y señor mío.
Pero la vida no da espera. Ahí voy.
Feliz día tengamos todos y en lo posible seamos felices.
Patricia Lara P

Podólogo alternativo


Podólogo Alternativo

Patricia llego al Centro Podológico Alternativo de lo más entusiasmada y con muchas expectativas, pues le comentaron sus vecinas que era un servicio totalmente diferente y de la más alta calidad. Previamente, tal como le habían recomendado, pidió cita por teléfono con dos días de anticipación, confirmando dos horas antes, en la fecha acordada.
Como en la cuarentena era muy necesario cuidar el distanciamiento, se aseguró de que le confirmaran que no coincidiría con nadie más en el espacio donde la atenderían.  Tapabocas y gel antibacterial de por medio, llegó al lugar concertado para la cita, hacia donde salió con anticipación, pues el cielo amenazaba con lluvia y no quería pecar de impuntual.

Una vez en el sitio, un joven muy atento la llevó hacia un cubículo ,la ayudó a reclinarse en una mullida silla térmica y muy cuidadosamente le retiró los zapatos.  Inmediatamente y sin mediar palabras, le dio un masaje de la pantorrilla hacia abajo, con especial énfasis en los dedos de sus pies. Patricia sintió que con la fricción de aquellos aceites esenciales que olían tan deliciosamente, sus pies estaban recibiendo las caricias de un ángel. 

Terminado el masaje, el atento Asistente Podológico -como se presentó-  acercó a los pies de Patricia un hidromasajeador y sauna de pies, dónde sumergió ambas extremidades de nuestra amiga.

Pasados unos veinte minutos, con una toalla prístina y suave, se dedicó a secarle cuidadosamente cada uno de los pliegues de sus pies, luego de lo cual los volvió a sumergir en algo que el llamaba pediluvio, inmersión que duró aproximadamente unos treinta minutos durante los cuales Patricia -entre bostezos y cabezadas- disfrutó de una melodía de ambiente que le hacía rememorar las aguas corrientes de un río y el trino de muchas aves, en una ensoñación deliciosa. 

Culminada la media hora en el pediluvio, el joven retomó la sesión de masajes podales y, sin que viniera a cuento, se retiró el tapabocas y comenzó a cortarle las uñas y arrancarle los pellejitos de los pies a mordisco limpio y directo, sin ningún asomo de asco o escrúpulos. Patricia, sorprendida y aún somnolienta, no podía ni moverse y abismada observó la destreza y pericia con la que aquel joven era capaz de arrancar hasta el más pequeño rastro de cutícula con sus dientes, con una rapidez y precisión indescriptibles.  

De pronto la inmovilidad y la sorpresa dieron paso al dolor y al pánico, cuando sintió un tirón en el dedo gordo y vio que le empezaba a sangrar. Súbitamente, Patricia salió de su sopor y cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo; se percató de que el joven le sonreía mientras succionaba con fruición el pequeño río de sangre que -tal vez por los múltiples estímulos previos- manaba del dedo gordo de su pie izquierdo con una abundancia nunca antes vista por ella. Como una posesa, aterida a impactada, Patricia agarró sus macundales, no sin antes darle un empellón al joven, que fue a dar de trasero sobre las aguas residuales en el pediluvio donde previamente le había lavado los pies a la señora que -según le habían dicho- venía recomendado por sus mejores clientes.

Patricia, por su cuenta, emprendió la retirada camino a casa con el dedo sangrante y la pata coja gritando: " ¡Qué va carajito ya me remojó, ya me ablandó, me mordisqueó.. ni por el putas me quedo para que me coma!"

Y allá va, calle abajo, cojeando, apretando el paso y mirando hacía atrás cada tanto, pensando por qué carajos no se hizo ella misma la pedicura, aunque las uñas le quedaran choretas.

B. Osiris Bocaney

Puntualidad

 Soy sumamente puntual pues respeto mucho el tiempo de la gente. Por lo mismo, espero que mi tiempo sea respetado igual.

Hoy tenía una cita a las tres de la tarde. A pesar de que llovía mucho y en vista de que no tenía forma de comunicarme con la persona. Agarré sombrilla y salí. Al llegar al sitio la persona no estaba. Procedí a solicitarle a una amiga mutua el número de teléfono y la llamé. Al primer intento no respondió. Así que llamé de nuevo, ya que algunas veces no tenemos tiempo de responder debido a las cosas que guardamos en los bolsos. Respondió a la segunda oportunidad. Diciendo que se le había hecho tarde, que el aguacero no la había dejado salir de donde estaba, que en vista que tenía cosas pendientes mejor se había quedado, que pensaba llamarme. Yo no dije nada. Pero estoy furiosa. 
¿A qué hora pensaba llamarme si la cita era a las tres y yo llegue puntual? ¿Si tenía cosas pendientes porqué hizo una cita conmigo?
No intentó tampoco  disculparse ya que sus excusas no eran a mi modo de ver válidas y la hicieron quedar mucho más mal.
Que Pereza la gente así.
He dicho.  Respiro profundo. Y me quedo pensando pensamientos pensantes.

Patricia Lara P

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...