viernes, 22 de diciembre de 2017

21 deseos y una hoguera

21 deseos y una hoguera

Martiña escribió su carta con mucha pasión. Con fervor, plasmó cada letra, en la esperanza de que sus veintiún deseos serían cumplidos tal y como los pedía. Sus trazos eran firmes, limpios y muy bien logrados, respetando la proporcionalidad, la estética y la distribución espacial. Usó la mejor de las tintas, seleccionada de su más reciente adquisición de insumos provenientes de la India. Era una ocasión especial, no podía andarse con mezquindades ni reticencias. ¡La eventualidad lo valía!
Le puso el alma a cada intención y una fe que al más fervorosos feligrés de cualquier secta, religión o credo, habría dejado pasmado. Sus lágrimas reflejaban la emoción que sentía al ir trazando cada rasgo, cada letra, cada petición. O tal vez fuese el reflejo del dolor de un cuerpo que, aunque joven, se sentía cansado y algo triste.
Luego de escribir las peticiones, vino el momento de la ofrenda: esparció pétalos de rosas blancas y rojas por toda la habitación, que horas antes olía a un dulce incienso de mandarina y canela. Al ritual de los pétalos, se le unieron muchas espigas de trigo, para la abundancia (y dar un poco de cuerpo al fuego cuando quisiera extinguirse), y una melodía de fondo que daba a todo el ambiente un aire místico que complementaba su representación mental de tan importante evento.
Seguidamente encendió las brasas, que también olían a canela y mandarina, efecto del aceite dispuesto estratégicamente para ello en pequeños dispensadores de cera, y por las cáscaras secas de la fruta, que ya entraban en combustión, liberando también sus aceites y su intenso aroma. También untó su esbelto cuerpo con aceite esencial de la misma fruta y avivó un poco más el fuego agregando poco más de la mitad de la jarra de cinco galones que contenía una mezcla de alcohol aromatizado y keroseno semi inodoro. Vertió el resto de la mezcla en un dispensador que surtía un pequeño sistema de aspersión preparado por ella y que iba a dar al centro del círculo de fuego. Afuera soplaba un viento fuerte que amagaba con dar al traste con todo, pues parecía que en cualquier momento todo se apagaría, pero Martiña, emocionada y llena de fe, con los ojos vidriosos por la inminencia de la llegada del Espíritu de la Navidad, no cerró las ventanas, quería que el ritual se bañara del frescor de la noche de aquel 21 de diciembre y celebrar su solsticio de invierno en toda ley, a ventanas abiertas, ¡de cara al universo!
A las 5:25, hora de España, Martiña apagó todas las luces, dejando el lugar iluminado con las más de doscientas velas, mecheros, velones y cirios que había colocado artística y estratégicamente a diferentes alturas del saloncito, ora cerca de las cortinas, ora sobre un cojín o sobre una poltrona. Comenzó a leer sus peticiones, mientras se introducía en el centro del círculo de fuego, delimitado por cirios y velas que había dispuesto en el piso, justo al centro de la estancia.
Control en mano, subió el volumen del sonido, mientras leía en voz alta cada petición. Terminada la lectura, comió los platillos que había mandado preparar y que la esperaban en la pequeña mesa de madera ubicada frente a ella, tomó de una copa preparada con una bebida de color rojizo oscuro: en tres tragos largos decantó por completo el líquido. Subió aún más el volumen, suspiró y comenzó a leer nuevamente en voz alta sus peticiones, mientras se recostaba sobre los almohadones esparcidos dentro del círculo de fuego. Cuando sobrevinieron los dos o tres espasmos que la sacudieron, se aseguró de acercarse, sujetando el más grande de los cojines, hacia el cirio que estaba a su costado izquierdo. Apenas alcanzó a leer la última petición, cuando vio el resplandor que la enceguecía y la llevaba al paroxismo.
El aire avivaba más y más el fuego, que poco a poco fue consumiendo el lugar. La música ensordecedora, el humo y el olor a carne quemada, alertaron a los vecinos. Los bomberos apenas llegaron a tiempo para evitar que explotaran las bombonas de helio y oxígeno que Martiña había colocado cerca de la puerta de entrada, justo al final del camino de veladoras, y cirios de menor tamaño.
Juan Luis, el forense a cargo de la autopsia, no salía de su asombro al identificar, tatuada en la piel de la hoy occisa Martiña, una lista de 21 deseos, elaborados con el más hermoso trazo caligráfico y con una calidad tal, que ni el fuego había evitado que pudieran leerse casi con total precisión. El contenido estomacal reflejó la presencia de unos seiscientos cincuenta mililitros de sangre humana, mezclada con un coctel de barbitúricos, anticoagulante y vino tinto. A la degustación también se había sumado una variada ración de sushi y una galletita de la suerte, al parecer deglutida entera, curiosa y minuciosamente revestida de una película que, luego de los análisis de laboratorio, resultó ser una concienzuda capa de silicón que actuó como aislante y preservó el contenido del mensajito escrito en un pequeño trozo de pergamino con letras doradas que decía: ¡Feliz Navidad!
Patricia, esto trajo la reflexión del día de ayer, jajajajaja... pretendía, como el año pasado (creo) hacer nueve cuentecitos antes de Navidad, pero apenas va uno... tengo como cinco en el horno, pero Martiña se gastó toda la leña... jajajaja... ¡Qué más decir... Espero les disguste!

B. Osiris B.

Aquellas cosas que no me gustan

 Aquellas cosas que no me gustan Aquellas cosas que no me gustan, sencillamente porque soy cansona. Trato de odiar poco, así que esa palabra...