martes, 31 de marzo de 2020

Pobre perro

Pobre perro

Va cuento...

Les cuento que cuando salí a sacar la basura, por mi lado pasó un perrito.  Llamó mi atención poderosamente porque me gustan los perros y además por la forma como culpable con la que me observaba. 
Deje la bolsa y regresé a mi casa.  Ahí lo vi de nuevo.  Él me observaba en serio avergonzado.  Levantó una pata y orinó profusamente sobre una planta que cuida amorosamente mi vecino.
Yo entendí que el perro no tenía mala intención, es tan sólo su instinto y necesidad eran las que lo obligan a hacerlo.  Luego y a pesar de que seguía mirándome con pena.  El perrito dejó, al lado de la bella planta sus heces; mientras en serio me miraba apenado.  Yo pensé... Él seguramente tiene vergüenza de los amos que le correspondieron.  Siendo unas personas que en realidad lo amaran.  Estarían con él y recogerían sus heces siempre.  Aún en cuarentena.
A veces ser bueno no es tan difícil.
Pobre perro.

Patricia Lara Pachón

Veintisiete

Veintisiete

Y le metió veintisiete perdigones en el cuerpo.
El disparo a quemarropa lo perforó veintisiete veces
Todas al mismo tiempo
Sólo sintió el ardor de la quemadura
Jamás la penetración de todos ellos
Sintió eso sí
Que la vida se le escapaba
Primero por la boca
En un suspiro audible
Y luego de los ojos
Dejándolos vacíos.
Él nunca sospechó
Que ese día sería su último día.

Patricia Lara Pachón

lunes, 30 de marzo de 2020

Miércoles



Miércoles

El día menos pensado me paso a vivir a un día miércoles.
Los miércoles son mariposas amarillas
Margaritas doradas y blancas
Naranjas meciéndose en las ramas
Tinto hirviente.
Los miércoles son días tibios, de nubes esponjosas y cielo azul
De mares tibios que acarician playas doradas
Los miércoles son gatitos ronroneantes y calientitos acurrucados al lado de tu corazón.
Un día de estos.
Yo me voy a ir a vivir a un día eterno cuyo nombre será
Miércoles.

Patricia Lara Pachón

Recordando ando

Recordando ando

"Me cuidan tres hadas.  Tres hadas buenas. Con ellas mi vida, no tiene penas. Son fauna, flora y primavera.  Que están cuando duermo, a mí cabecera"
Cantaba eso en una de las obras de teatro de la escuela.  A veces llegan esas notas a mis recuerdos y sonrío.  
Tiempos idos.  Ni mejores ni peores, sólo vividos.
Yo.

Patricia Lara Pachón

Es domingo

Es Domingo

La brisa canta su canción silente
y me envuelvo en su no-ruido,
me envuelvo en su danza vegetal
entre las frondas de los árboles.

Baila sola, 
al son del canto
de un coro anónimo de aves alegres.
Baila suavemente
y me acaricia las mejillas  en su paso frente a mi ventana.

Y canta el sol resplandeciente.
Es domingo.
También, en silencio y recogida, canta mi alma.

B. Osiris B

Último recurso


*Último Recurso*

El domingo en la mañana, después de la santa misa televisada que presenció desde el lecho que no abandona desde hace más de dos meses, Ricardo dice a Nelson, el leal compañero que ha cuidado de él los últimos quince meses, cuando todos le han dado la espalda, que quiere ver a toda su familia. 

Nelson le recuerda las restricciones de movilización impuestas por los cuerpos de seguridad, debido a la pandemia que azota al país y ha cobrado miles de víctimas, destacando que, si acaso lograran salir de sus casas, difícilmente podrían llegar a la cabaña, en plena montaña; eso, sin contar con el aumento de la viralidad en los momentos actuales.  Además, insiste, no tiene sentido buscarlos ahora. 

Ricardo hace caso omiso de la perorata de su joven amigo y, alegando que sus canas y experiencia merecen respeto, insiste en la urgencia de verlos y repartir darles lo que se merecen; su partida de este mundo es inminente y no quiere dejar cuentas sin saldar, así que le pide a Nelson que organice todo, que haga los contactos necesarios con su amigo el comandante de la gendarmería -transporte y salvoconductos incluidos-, para que todos puedan llegar hasta él.  ¡De algo han de servir tanta fama y fortuna!

Nelson, que conoce la historia de amor y odio (más lo segundo que lo primero) de Ricardo con su familia desde hace más de doce años, se queda atónito y sin habla ante tal solicitud. Entra en pánico ante lo que parece ser un último atisbo de remordimiento en su mentor y, súbitamente pasan por su mente, como en una película muda, todos los enfrentamientos constantes de Ricardo con su familia, y hasta sale al primer plano el momento de la última pelea, en la Ricardo juró que mataría a todos y cada uno de sus primos que, como él, parecen sobrevivir a sus padres, asidos a la esperanza de una venganza fulminante.

Temeroso, triste y resignado, el otrora entrenador llama  uno a uno a los miembros de la la familia del fuera el mayor baluarte de la hípica nacional. Todos acceden a acudir a la cita, alegatos más, alegatos menos. 

Nelson confirma a Ricardo que la tarea encomendada ha sido llevada a cabo y, aunque satisfecho por cumplir la última voluntad de su entrañable amigo, no deja de sentir un temor extraño y esa pesadumbre que le invade, junto a la imagen recurrente de esa última pelea...

¡Esa última pelea!... Ricardo también la recuerda vívidamente y, mientras escucha las malas nuevas del riesgo de contagio comentadas por un nervioso reportero en el canal del Estado sintonizado en la  mesita al fondo del salón, piensa en el encuentro, le brillan los ojos y el moribundo jinete sonríe.

B. Osiris B.

domingo, 29 de marzo de 2020

Confinamiento

Confinamiento

Escribo desde el confinamiento de la cuarentena.  Van 15 días en los cuales he salido dos veces por provisiones.  Comprando lo estrictamente necesario para tratar de que todo el mundo tenga la misma oportunidad que yo de abastecerse. Qué saco siendo la única sana y bien alimentada del mundo si me quedo sóla.
Hoy me siento triste.  Tristísima.  A pesar de estar en mi casa, con Ricardo y los hijos.  Me siento sola.  Solísima.


Y es que la compañía es mejor, cuando no es obligada.  Cuando las otras personas también se sienten contentas de tenerte en su vida.  

Patricia Lara Pachón

Sexo o amor / amor y sexo

Sexo o amor / Amor y sexo

Porqué será que las personas feas, y no me refiero a la fealdad física, sino a la emocional.  Piensa -equivocadamente- creo yo.  Que el sexo puede llenar lo que los sentimientos no han podido.  Por ausencia de estos; quizás.
Por qué a esos seres ¿humanos? se les dificulta entender.  Que hay otras cosas más allá de la corporalidad.  
Porqué nada los llena.  
Porque menosprecian, minimizan, restan en lugar de sumar.
Yo me cuestiono casi todos los días.
Qué es lo que motiva a la gente a andar buscando lo que ya tiene o porque siente que eso no es suficiente.
El vacío emocional lo ¿llenan? mostrándole al mundo lo necesitados que están.


Patricia Lara Pachón




 >^-^<

Desde mi ventana

Desde mi ventana

Veo el mundo de siempre
El de todos los días
Y no
Se ha convertido en otro,
Diferente
Parece ser el mismo
Pero no lo es.
La gente no es la misma
O es la misma y es otra,
Las calles ya no gritan
Ya no pululan en ellas las personas.
Las aves 
Sin entender muy bien lo que sucede,
No cantan como siempre, ya no trinan
Chillán llenas de angustia.
El mundo, se transformó ya es otro.
Yo soy otra por cierto.
Los demás ya no son lo que eran.
 y tengo miedo.



Patricia Lara Pachón

El Papa

El Papá

Hay muchos que pecan y rezan para empatar.  Diría yo, que la gran mayoría.
Por eso hace un par de días a las 12 hora colombiana había que ver al papa para que nos fueran perdonados todos nuestros pecados.  O bien para que la pandemia cediera y terminara o bien para morir en paz y no penar eternamente.

Patricia Lara Pachón

Recordarla

Recordarla

Y cuando quieres recordarla,
la buscas en sus cosas,
Aquellas que le pertenecieron
y aun guardan su perfume;
aquellas que conservan
un lugar en tu historia.
Las cosas cotidianas:
su perfume, su cepillo de dientes, 
el del pelo, uno que otro cabello enredado en sus cerdas.
Y entonces, se hace real ella.
Casi casi la puedes tocar
La hueles
Su mirada relumbra en la oscuridad del cuarto
y su olor lo va cubriendo todo.
Cuándo quieres recordarla,
un objeto quizás sin gran valor
lo es todo.

Patricia Lara Pachón

miércoles, 25 de marzo de 2020

Soñando ando

Soñando ando

He estado soñando mucho, durmiendo lo necesario.  Sueño con grupos grandes de personas, me veo más joven, más despreocupada, se podría decir que feliz.
La gente que me rodea es similar a mí.  No hay nadie conocido de mi vida actual.  Es raro hacer vida social satisfactoria con gente que "conoces de siempre" sin que la conozcas realmente.
Seguramente extraño salir, ver el sol, saludar a conocidos y desconocidos.
Seguramente y a pesar de creer que soy antisocial no lo soy tanto.
La vida es así.  Uno como que realmente sabe lo que tiene cuando lo pierde.
Yo aquí pensando...

Patricia Lara Pachón

martes, 24 de marzo de 2020

Se miraba las manos

Se miraba las manos

Y de repente el mundo que ella conocía, como lo conocía ya no existía y parecía que no había existido jamás.  A lo mejor, quizás solo había sido un sueño.  De un momento a otro o como si de un parpadeo se tratara.  Aquello que ella creía que conocía había dejado de existir.
Indecisa se miraba las manos, alisaba sus cabellos, el vestido supremamente arrugado por permanecer en la cama tanto tiempo.  
Se miraba las manos de nuevo y observaba sin ver la cortina de la ventana que estaba mal cerrada.  Debido a eso, o gracias a eso; el sol tímidamente se colaba y dibujaba una linea recta, tenue, suave, la cual partía la semi obscuridad en dos. Veía la mancha de humedad en la pared de cuarto y la telaraña que irremediablemente crecía en un rincón.  No se atrevía a desalojar el insecto que la había construido con amor y paciencia pues ahora había que quedarse en casa.
Se observaba las manos, sobre todo las uñas, que una a una iban haciéndose más cortas por los dientes primero y después con la tenacidad de una lima con la cual pretendía arreglar el destrozo que los primeros habían ocasionado.
Se miraba las manos y de golpe y como si algo recordara bajaba el cuerpo pesado de la cama y se desplazaba, arrastrando las sandalias cansadas, de un lugar  otro de la casa que ahora era más bien una jaula que contenía a unas fieras a veces en reposo y otras a seres indefensos, que intentaban sobrevivir a esa rutina obligada.
Se miraba las manos y añoraba los tiempos aquellos en lo que cualquier excusa era buena para salir un rato a ver gente. A sonreír por algo a lo mejor absurdo, a tomar una foto o solo para   mirar al cielo.
Y de golpe y de nuevo se miraba las manos.

Patricia Lara Pachón

Mañana

Mañana

Con una fresca brisa
y la mirada serena
volveremos a abrazarnos
en una o dos lunas llenas.
Y escucharé tu risa
alegre que tanto me llena
y me abrasaré en tus manos
sin temor a la pandemia.

Mañana, cuando volvamos
a encontrarnos frente a frente
te contaré de este amor
que he sentido por ti siempre
y hablaremos del futuro
bien juntos, o separados,
para andar por tantos rumbos
que dejamos olvidados.

Mañana, si hay un mañana,
permíteme que te cante
con mi voz desentonada
un canto para la vida
que viviremos... mañana.

B. Osiris B.

Salió

Salió

Salió el sol.
Querían salir.
Salió Julián.
Salió Eloísa.
Salió la muerte,
y la doctora,
y el enfermero,
y la aseguradora...
... ¡y el cremador!
Salió la vida, ya no volvió.
Y salió fuego.
Y salió el llanto.
Y salió caro.

B. Osiris B.

Perdió el rumbo


Perdió el rumbo

La humanidad entera perdió el rumbo
se extravió en los vericuetos del desear.
Del querer más y más.
De la falta de cariño, de empatía,
de solidaridad a y para los otros
-humanos, animales, y plantas-
Perdió el rumbo
Y la vida desea enderezarlo,


enderezarnos.

Patricia  Lara P

lunes, 23 de marzo de 2020

Cuarentena

Cuarentena

Hoy salí.  Ya cumplí con los protocolos de desinfección y limpieza.  No estaba preparada para lo que vi.
Calles solas (me alegré, sufrí) por eso. 
Y el mini-mercado sí y no surtido.  La carnicería ni se diga.  No compré mucho, lo suficiente para unos 4 días que haré rendir una semana completa. 
La panadería sola, sin gente y casi sin pan.  Como que preparan lo más caro para que la gente se vea obligada a comprar lo que hay.
El amor por el prójimo no es que sea mucho ni el de mejor calidad.
Tuve miedo de la gente.  Sentí rabia cuando una mujer me rozó.
Dios nos guarde y nos bendiga.

Patricia Lara Pachón

Amanecer

Amanecer

Y ese amanecer la vida ya no fue la misma.  Todo había cambiado.  Un parpadeo sirvió para apreciar el cambio.  Yo tuve miedo.  
Lo cotidiano, tan despreciado antaño, ahora era lo que quería.  Lo que antes me molestaba lo deseaba. La tranquilidad llamada aburrimiento era lo que yo ansiaba.
Ahora que todo ha cambiado, y no para mejor precisamente. Yo tengo miedo.

Patricia Lara Pachón

Palabras

Palabras

Las palabras no son solo palabras.
son armas contundentes
cortantes.
Son caricias al alma
a los egos.
Ellas te pueden subir al cielo en un instante
y/o destruir tu vida al siguiente.
Así
Que te digo yo, que las palabras no son más que palabras.
y no, no se las lleva el viento.

Patricia Lara Pachón

Y esa casa...



Y esa casa que antaño lució paredes encaladas, puertas y ventanas rojo rubí, y tejas de rojo barro.  Ahora luce desgastada, arruinada por el paso inclemente del clima, del tiempo, de los años.
La vida no perdona y aquellos que en su momento la habitaron felices hoy solo son fantasmas.  Tristes reflejos de lo que sus acciones ocasionaron en ella.  En la casa y por supuesto en ellos y en aquellos que fueron también sus respectivas víctimas.
La casa luce ajada, maltratada. Sus defectos le impiden a los que a ella se acercan aceptarla. Afortunados son.  La destrucción, la ruina, ahora habitan esa casa.

Patricia Lara Pachón

Cuando todo haya pasado

*Cuando todo haya pasado*

Regálame la dicha de sentir tus huesos crujir con mi abrazo,
la alegría de respirar hasta la asfixia tus feromonas,
el placer de comerte a besos y susurrarte al oído cuánto te quiero.

Y si ese tiempo no llega, por las razones que sean,
regálame una sonrisa
en la evocación de esos besos.
Y, de vez en cuando,
encuéntrame en el recuerdo de nuestra locura mutua,
con la alegría de saber que,
cercanas o distantes,
nuestras almas siempre supieron abrazarse.
B. Osiris B.

El sarcófago


EL SARCÓFAGO
“Las pasiones que inclinan a los hombres hacia la paz son el temor a la muerte; el deseo de aquellas cosas que son necesarias para una vida confortable; y la esperanza de obtenerlas por su industria.” Tomás Hobbes. Leviatán.

Eran las tres de la tarde, o eso creía Aura. Había dejado de mirar su reloj unos cuatro o cinco días antes, pero la posición del sol en lo alto del cielo le permitía calcular la hora. Había dejado de importarle si era domingo o jueves, y solo se bañaba cuando sentía que su piel empezaba a resecarse en exceso. Lo hacía a cualquier hora del día o de la noche, igual que alimentarse. Todos los hábitos que había adquirido en sus cuarenta años de vida, habían quedado afuera de la puerta de su apartamento cuando la cerró por última vez, doscientos cuarenta y cinco días atrás.
Todas las estancias del apartamento de cincuenta metros se encontraban perfectamente iluminadas, irradiando una alegría postiza de la que Aura no se dejaba contagiar ni en sus días de mejor humor. Mantenía las ventanas abiertas por recomendación médica, aunque su salud mental requería no saber si era día o noche, invierno o verano. Hubiera preferido clausurarlas indefinidamente, para que por ellas no se colara el aire carente de smog pero abundante de desasosiego. Esa era la contaminación ahora que no circulaban casi personas, ni vehículos, ni personas en sus vehículos: El desasosiego que impregnaba hasta los productos que le llegaban a domicilio, cada vez en menor cantidad.
Le bastaba con tomar una bolsa de arroz del balde que le dejaban afuera de la ventana del parqueadero con sus provisiones, para sentir cómo le recorría por el cuerpo el sentimiento de zozobra que circulaba libre por las calles de su ciudad. Incluso cuando tenía algún contacto con las pocas personas que podían salir del enclaustramiento impuesto por el gobierno, todas coincidían en una misma cosa: No se sabía si era peor estar encerrado o tener que salir a untarse de la pesadez del ambiente, del aroma a muerte que ocupaba cada esquina.
Era esbelta, de largas piernas torneadas y morenas que sostenían un cuerpo envidiable. Senos aun firmes, abdomen aceptable, y una larga cabellera negro azabache que ahora, por comodidad, permanecía recogida en una moña. Había entendido por fin lo que sus múltiples visitas a los centros de reclusión criminal no le habían enseñado: Convivir con uno mismo no es fácil, por eso las personas ocupan su tiempo en desentenderse de sí mismas, y en fijarse metas que en muchas ocasiones tienen más de voluntad social que de convicción propia.
Cuando las películas dejaron de ser nuevas, los libros de su biblioteca fueron leídos y re leídos, y las conversaciones telefónicas se agotaron, solo quedó ella misma, y fue aterrador. Noches enteras de insomnio le habían puesto por delante un escaneo de su propia vida, y en el acorralamiento de los muros que tanto se había esforzado en adquirir, comprendió que el virus no era ese que la mantenía aislada, no era el que estaba matando gente en todos los confines de la tierra, el virus había llegado mucho antes y se había instalado en ella de forma imperceptible. Algunos lo llamaban éxito.
Por recomendación de su terapeuta se había alejado de la televisión y de las redes sociales. Aunque necesitaba mantenerse ocupada, era mayor el efecto nocivo que tenían en su ansiedad todas las noticias de lo que sucedía afuera, que el beneficio que le reportaba el contacto con el mundo exterior; pero ese día, según le había dicho por teléfono su hermana, no solo se hablaría del número de muertos por la epidemia, por hambre o por riñas callejeras en búsqueda de comida, sino que se haría un anuncio importante, ¿sería posible que luego de casi un año, al fin terminara todo?
A esa hora estática en que Aura, alejada de la ventana por supuesto, apreciaba el cielo azul, se esperaba a nivel internacional una alocución conjunta de los líderes de cada país, que anunciarían en una sola voz con eco hasta El Olimpo, la noticia que esperaba la humanidad con la respiración entrecortada.
Los penetrantes ojos grises de la mujer auscultaban el espacio vacío entre su silla y un mundo que ahora parecía irreal y lejano, como si los treinta y cinco años que recordaba hubieran sido una ilusión, y la vida real fuera la que transcurría en este instante de observación interminable.
En la soledad de su confinamiento auto impuesto al principio, y después ordenado por los gobiernos, la Aura del diecinueve de marzo desapareció, como si se hubiera quedado afuera del 301 junto con sus comportamientos aprendidos. No solo levantarse a cualquier hora, comer cuando sentía hambre y bañarse apenas algunos días de la semana, eran ahora parte de una rutina estructurada de vuelta a una falsa barbarie; también algo dentro de ella era diferente: Parecía tener razón Rousseau, y ser la sociedad la que demoniza el humano. ¡Cuán equivocados estaban Hobbes y Maquiavelo entonces!
El aire era cálido, veraniego. Se colaba un olor a sopa que impregnaba la sala de estar. Al fondo, a espaldas de Aura, el televisor encendido parecía ser lo único “vivo” en el lugar. Voces ansiosas grabadas desde las residencias de los periodistas anunciaban que en pocos instantes comenzaría la anhelada intervención. Aura continuaba con la mirada perdida.
Al menos veinte de sus cuarenta años los había dedicado a sus estudios, y luego, los quince restantes a forjar su carrera y obtener una buena posición profesional, para finalmente estar ahí en ese instante, como cuando tenía cinco y ninguna preocupación. Los comportamientos eran similares, la ausencia de angustia no, aunque no había duda de que esos doscientos cuarenta y cinco días la habían obligado a manejar la ansiedad, esa ansiedad propia de una cuarentona soltera, abogada y nacida bajo un signo de fuego.
Sonó el himno internacional, y un escalofrío profundo atravesó la humanidad de la mujer haciéndola volver de su trance. Con pasmosa lentitud se levantó de su silla y se dirigió cansina hacia el sofá frente al televisor. Sus ojos grises, relucientes por naturaleza, brillaban aún más por las lágrimas que comenzaban a asomarse. En pantalla múltiple aparecieron los dirigentes de veinte países, los que cabían en las setenta pulgadas de su televisor. Todos tenían rastros de haber llorado.
La transmisión no era de la mejor calidad, se entrecortaba por momentos y llegaba a destiempo a las diferentes casas. Aura lo supo cuando escuchó que el televisor de sus vecinos tenía la señal más adelantada que la suya. Aunque las voces no sonaban claramente, se percibía que su audio era anterior. Decidió cerrar la ventana.
Telefónicamente Sabrina, su hermana mayor, le había dicho que las pocas personas que había visto a los alrededores del edificio llevaban ropa elegante, de gala, en señal de que ese día algo importante, algo diferente por fin ocurriría. Igualmente le había contado como detalle adicional que todas las prendas eran oscuras, de lo que Aura dedujo que cumplían un doble propósito: Ser lo suficientemente apropiadas tanto para una celebración, como para un funeral. Ella en cambio vestía una pantaloneta púrpura con pequeños girasoles blancos estampados, y una camiseta negra que no recordaba si estaba usando desde ese mismo día o desde el anterior. La Aura que estaba afuera de su puerta desde marzo, se había quedado también con su afición a los trajes elegantes y su obsesión por la moda y las prendas de marca.
El delgado brazo de Aura se estiró para alcanzar el control remoto, ubicado en la mesa que estaba en el costado derecho del sofá rojinegro; y con sus estilizados dedos de pianista que no sabe tocar el piano se hizo a él empuñándolo como si fuera un arma. Blandió el control como una espada y amenazó teatralmente al televisor frente a ella, pero la única herida que logró provocar fue un volumen exagerado que llenó de sonido cada espacio de la casa. Su dedo pulgar con la uña ya sin decorar dejó de oprimir el botón.
Al terminar la última estrofa del himno que había sido compuesto y masificado como señal de unión contra la crisis, los veinte mandatarios que se alcanzaban a ver en pantalla comenzaron a emitir el mismo discurso a una sola voz, como si lo hubieran ensayado cientos de veces para que al menos hubiera algo perfecto en esa imperfección que sin documentos ni permisos traspasaba fronteras a diestra y siniestra. Las expresiones de todos eran rígidas. De ellas no se podía extraer ningún indicio, y los rastros de llanto bien podían indicar lágrimas de alegría o de tristeza.
Tras unos cinco minutos de intervención, en la que se resumió el curso de los acontecimientos hasta ese preciso momento de noviembre, algunos de los que aparecían en pantalla no pudieron contener el llanto, y mientras continuaban con la lectura del comunicado, dejaron ver sus muecas de horror. Ya estaba claro.
Aura se alegró. Era justo lo que había estado esperando por meses: Que se diera una respuesta, que se acabara la tormentosa indefinición a la que estaban sometidos. Corrió hasta su habitación con una amplia sonrisa dibujada en el rostro. Si alguien la hubiera visto, probablemente la hubiera tenido por loca o por terrorista, y tal vez lo era por pensar que la muerte era mejor que la indeterminación.
Revolcó el clóset lanzando ropa por todos lados. Necesitaba encontrar no lo más apropiado o elegante, eso lo había dejado atrás; quería hacer de esa fiesta algo tan suyo que necesitaba vestirse con lo más representativo que encontrara y que la hiciera sentir ella misma. Halló en el fondo el buso de lana que su mamá le había regalado diez años atrás y que aunque nunca usaba, era la prenda que con más celo guardaba y que llevaba de mudanza en mudanza dentro de la caja que marcaba como “delicado”. Era rojo y estaba lleno de motas, pero curiosamente todavía tenía impregnado algo del perfume de Estella, su madre. Afanada se lo puso y lo acompañó con una sudadera negra y los converse que alguna vez habían sido blancos y ahora eran una mezcla exótica entre crema y café.

Su sonrisa era ahora visible. El tapabocas había quedado atrás, y mientras a su alrededor solo se escuchaban lamentos, ella sollozaba de felicidad. El pórtico chirrió al abrirlo, parecía llorar de olvido. Aura caminó ligera hasta su carro y sin detenerse en el caos de las despedidas que atiborraban todo a su paso, se enfiló a la suya propia.
Por esos días la tierra se convirtió en un enorme sarcófago, tal vez el más grande que el universo hubiera conocido. Los confines terrestres perdieron valor, y ya no importaba si se estaba a un lado o al otro de un territorio, el cielo lloraba con igual intensidad sobre los cuerpos putrefactos.

Lina Marcela Gabelo





jueves, 19 de marzo de 2020

Coronavirus

Coronavirus

Si alguien nos hubiera dicho un día que todos, absolutamente todos  los pobladores de este punto azul, estaríamos al mismo tiempo en cuarentena.  Muy seguramente no lo habríamos creído.

Patricia Lara Pachón

Hansel y Gretel

Hansel y Gretel

La pobre anciana
Temerosa ella
Del hambre que atenazaba su estómago
Decidió abandonar a los niños a su suerte.
El bosque obscuro era la mejor opción
Ahí podía suceder cualquier cosa
Cualquier desgracia.
El niño, inteligentemente
Llevó piedrecillas en los bolsillos
La pobre anciana 
Solo el deseo de sobrevivir.
Pobrecilla.
Hansel logró encontrar el camino a su casa.
Ella en cambio
En noches de luna llena
Se escucha gritar pidiendo ayuda
Al parecer
Un rayo le ocasionó la muerte
Y los animales del bosque
Dieron buena cuenta de su cadáver.
Hoy por hoy
Su alma vaga en pena
¿Su destino?
Encontrar a los niños 
Y llevarlos a casa a salvo.
El de ellos?
Ya no están
Ya no existen.
Los años los convirtieron en polvo y su descendencia
Es la que aún hoy.
Habita la casa.

Patricia Lara Pachón

Atardezco

Atardezco

Las canas pueblan mi cabeza
Las arrugas se arremolinan alrededor de los ojos, del cuello.
Una que otra mancha sutil al principio
Más obscura después
Se va apoderando de mi rostro y mis manos.
Atardezco
Así como el día se hace noche.
Despacio pero inexorablemente atardezco.


Patricia Lara Pachón

sábado, 14 de marzo de 2020

*Ella*

*Ella*

Mirando hoy hacia el futuro,
con una sonrisa al viento
la esperanza derriba muros,
construye nuevos cimientos.

En la brisa, su alegría
va quebrantando silencios;
su perfume, ¡la armonía!
porque está hecha de sueños.

Mi quebranto, sus sollozos;
sus triunfos son mi contento;
pido al cielo por su gozo,
y a su lado bien me siento.

¡Ay de este amor que me abrasa!
¡Ay del temor que yo siento !
Que el primero nunca pasa,
que al segundo no lo entiendo.

Ayayay de esa sonrisa
que me da vida y sustento
y ayayay de esos ojazos
que son mi paz, ¡mi sosiego!

¡Y ayayay, mi niña linda,
que con cada abrazo y beso
te colmen de amor del bueno, 
cual te entrego yo en mis versos!

B. Osiris B.

Y así fue como empezó un día sin mí


Y así fue como empezó su día sin mí.
No le importó nada
Quizá extrañó
-un poco-
La ropa preparada en un gancho
tibia aún por la plancha.
A lo mejor hechó de menos
el desayuno recién preparado
y su voz al decirle buenos días.
Quizá también
El silencio lo envolvió
Tranquilizador.
Se preparó para salir
como todos los días.
Y salió a la calle
ni fría ni cálida
Tan solo tibia.
Y una sonrisa iluminó su rostro
Él era libre al fin.
Así fue 
Cómo empezó su vida
Sin ella.

Patricia Lara Pachón

Muerta

Muerta

De cada uno de sus poros vio con asombro sin igual que salía un cucarrón minúsculo.  Casi invisible a la vista.
Horrorizada se pasó las manos por la piel, intentando quitarlos.  Fue imposible.  Tan pronto quitaba un manotón, otro lo sucedía irremediablemente.
Empezó a notar que se desplazaban por sus párpados también.  Impidiéndole la vista.  No supo en ese instante si reír o llorar.  Las lágrimas también estaban repletas de insectos.  En la boca sintió repentinamente el movimiento de miles, de millares de los mismos.
De pronto escuchó un grito ensordecedor que la paralizó y alguien llevándose las manos a la boca y reprimiendo un grito que iba a ser ensordecedor y mientras la miraba dijo: "Está muerta".



Patricia Lara Pachón

Manecita


¡Ay Dios mío! Jajajaja.  Acabo de recibir una iluminación.  Recuerdan ese poema que decía: "Manecita rosadita, muy experta yo te haré, para que hagas buena letra y no manches el papel".  Pues resulta que yo pensaba que manecita, era un nombre y no.  Se refiere a la mano.  Jajajajaja.  Hoy amanecí súper inteligente e iluminada jajajaja.  Aquí me quedo pensando pensamientos pensantes, de esos que sirven para salvar el mundo.

Especialista


Llamé a pedir una cita con ortopedista.  En realidad eran dos.  Una para mi pie y otra para la espalda, cuello de Ricardo. La señorita que me respondió me dijo que había ortopedista de cabeza y cuello pero no de cuello espalda.  Y que mí pie requería ortopedista de pie izquierdo y cuello de pie.
Yo no sabía ni qué decir.  Así que dije que me diera las dos citas con ortopedista general y que él, muy seguramente me diría a que especialidad de especialista deberíamos acudir.
Ya me enrede mucho jajajajajaja.

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...