*Último Recurso*
El domingo en la mañana, después de la santa misa televisada que presenció desde el lecho que no abandona desde hace más de dos meses, Ricardo dice a Nelson, el leal compañero que ha cuidado de él los últimos quince meses, cuando todos le han dado la espalda, que quiere ver a toda su familia.
Nelson le recuerda las restricciones de movilización impuestas por los cuerpos de seguridad, debido a la pandemia que azota al país y ha cobrado miles de víctimas, destacando que, si acaso lograran salir de sus casas, difícilmente podrían llegar a la cabaña, en plena montaña; eso, sin contar con el aumento de la viralidad en los momentos actuales. Además, insiste, no tiene sentido buscarlos ahora.
Ricardo hace caso omiso de la perorata de su joven amigo y, alegando que sus canas y experiencia merecen respeto, insiste en la urgencia de verlos y repartir darles lo que se merecen; su partida de este mundo es inminente y no quiere dejar cuentas sin saldar, así que le pide a Nelson que organice todo, que haga los contactos necesarios con su amigo el comandante de la gendarmería -transporte y salvoconductos incluidos-, para que todos puedan llegar hasta él. ¡De algo han de servir tanta fama y fortuna!
Nelson, que conoce la historia de amor y odio (más lo segundo que lo primero) de Ricardo con su familia desde hace más de doce años, se queda atónito y sin habla ante tal solicitud. Entra en pánico ante lo que parece ser un último atisbo de remordimiento en su mentor y, súbitamente pasan por su mente, como en una película muda, todos los enfrentamientos constantes de Ricardo con su familia, y hasta sale al primer plano el momento de la última pelea, en la Ricardo juró que mataría a todos y cada uno de sus primos que, como él, parecen sobrevivir a sus padres, asidos a la esperanza de una venganza fulminante.
Temeroso, triste y resignado, el otrora entrenador llama uno a uno a los miembros de la la familia del fuera el mayor baluarte de la hípica nacional. Todos acceden a acudir a la cita, alegatos más, alegatos menos.
Nelson confirma a Ricardo que la tarea encomendada ha sido llevada a cabo y, aunque satisfecho por cumplir la última voluntad de su entrañable amigo, no deja de sentir un temor extraño y esa pesadumbre que le invade, junto a la imagen recurrente de esa última pelea...
¡Esa última pelea!... Ricardo también la recuerda vívidamente y, mientras escucha las malas nuevas del riesgo de contagio comentadas por un nervioso reportero en el canal del Estado sintonizado en la mesita al fondo del salón, piensa en el encuentro, le brillan los ojos y el moribundo jinete sonríe.
B. Osiris B.
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