Se miraba las manos
Y de repente el mundo que ella conocía, como lo conocía ya no existía y parecía que no había existido jamás. A lo mejor, quizás solo había sido un sueño. De un momento a otro o como si de un parpadeo se tratara. Aquello que ella creía que conocía había dejado de existir.
Indecisa se miraba las manos, alisaba sus cabellos, el vestido supremamente arrugado por permanecer en la cama tanto tiempo.
Se miraba las manos de nuevo y observaba sin ver la cortina de la ventana que estaba mal cerrada. Debido a eso, o gracias a eso; el sol tímidamente se colaba y dibujaba una linea recta, tenue, suave, la cual partía la semi obscuridad en dos. Veía la mancha de humedad en la pared de cuarto y la telaraña que irremediablemente crecía en un rincón. No se atrevía a desalojar el insecto que la había construido con amor y paciencia pues ahora había que quedarse en casa.
Se observaba las manos, sobre todo las uñas, que una a una iban haciéndose más cortas por los dientes primero y después con la tenacidad de una lima con la cual pretendía arreglar el destrozo que los primeros habían ocasionado.
Se miraba las manos y de golpe y como si algo recordara bajaba el cuerpo pesado de la cama y se desplazaba, arrastrando las sandalias cansadas, de un lugar otro de la casa que ahora era más bien una jaula que contenía a unas fieras a veces en reposo y otras a seres indefensos, que intentaban sobrevivir a esa rutina obligada.
Se miraba las manos y añoraba los tiempos aquellos en lo que cualquier excusa era buena para salir un rato a ver gente. A sonreír por algo a lo mejor absurdo, a tomar una foto o solo para mirar al cielo.
Y de golpe y de nuevo se miraba las manos.
Patricia Lara Pachón
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