lunes, 30 de agosto de 2021

Consejos para convertirse en asesino en serie

 Consejos para convertirse en asesino en serie

Vaya al jardín
Encuentre un insecto
Tómelo entre las yemas de los dedos
Espíchelo.
Si lo disfrutó
Siga escalando.
Jajajajajaja

Patricia Lara P

Dolor

 Desde su ojo izquierdo descendía constantemente esa sustancia blanca-amarillenta y de olor nauseabundo.  Odiaba a todos aquellos que al acercarse a él, parpadeaban y con algo que para algunos sería imperceptible, se llevaban la mano a la nariz fingiendo que tenían escozor.

Odiaba el día en el cual aquella esquirla le destrozó el ojo y lo obligó a vivir con esa herida que no cicatrizaba.
Odiaba a los individuos que habían plantado la bomba repleta de trozos de hierro, clavos y mierda.
Habría preferido morir en ese instante. Pero la muerte le fue esquiva y la vida insufrible.
Ahora, casi siempre encerrado en aquellas cuatro paredes. No perdía la oportunidad de dañar, de causar el mayor dolor posible. 
No le importaba a quien. Lo único que quería era vivir ese instante en el cual al cercenar la vida. El dolor que sentía pasaba. Era solo un momento.  Un instante. 
¿Valía la pena? Por supuesto que lo valía.

Patricia Lara P

Me acostumbré a tu ausencia

 Me acostumbré a tu ausencia

estabas sin estar
te esperaba aun estando a mi lado.
Enloquecía de soledad y tedio
imagino que no lo sospechabas.
Imagino que de haberlo sabido no te habría importado.
Yo como una tonta me acostumbré a tu ausencia.

Patricia Lara P

530 preces


530 Preces

Hoy, como cada atardecer, se acicala cuidadosamente. Atiende con esmero cada pequeño detalle: las pantimedias blancas, los mocasines afanosamente pulidos, el corpiño bien ajustado, el liguero a la vieja usanza (dios guarde que con bragas, sacrilegio así sería imperdonable) y un maquillaje leve, casi imperceptible, que realza candorosamente sus rasgos faciales y le dan cierto aura de inocente picardía.

Se perfuma profusamente cual si se persignara en el nombre del padre y del hijo, mientras sonríe para sí misma y, mirándose al espejo, rocía su boca ("por si me besan", exclama, al ritmo de una leve carcajada), riega otro poco sobre su torso ("por si me abrazan", dice, mientras se guiña a sí misma con lo que ella concibe como  un aire de mujer de mundo) y, finalmente, aplica tres copiosas aspersiones en su entrepierna ("por si se pasan" , exclama, y sacude su cuerpo como en un escalofrío, mientras otra carcajada emprende el vuelo de su cabeza que se inclina,  buscando quién sabe qué cosa en el cielo raso).

Terminado el ritual, se dedica a colocar con parsimonia cada pieza de su hábito: la túnica, bajo la cual cobija la desnudez de sus casi sesenta bien vividas primaveras; el velo, que resguarda  un cabello bien cuidado, reflejo de horas en el salón de belleza de San Pablito, el cíngulo, de cuero por la cara interna y de una ligera tela por fuera y el sempiterno escapulario que, con un leve toque en la figura apropiada, pone a volar a cualquier alma y le abre las puertas del mismísimo cielo. Se tercia un bandolero bien dotado de la dosis necesaria de látex y gel,  y  mascarillas -una en uso y dos de repuesto-, que no pueden faltar en estos tiempos.
Como mujer creyente que es, a las seis de la tarde, ya en la puerta y lista para la buena obra del día, Raimunda -ahora ataviada como Sor Raimunda- sale a la faena de cada día de esta cuarentena, a patear la calle, de Concordia a Santa Teresa, redimiendo los pesares del espíritu y la carne.  Camina las cuadras lentamente y comienza sus preces en el nombre del...  La oración se silencia, ante la cercanía de un vehículo, seguro se trata de un alma hambrienta de su consuelo.  ¡Y allí va, Sor Raimunda, a repartir la gloria...  y otras especies!

B. Osiris B.

Patatús

 Patatús  


Lo último que recuerdo fue haber resbalado. Alguien me pidió una botella que estaba a mi lado. Me puse de pie, la tomé en la mano y caminé al frente. Estaba tan distraída que olvidé que llovía a cántaros, que el suelo estaba tan húmedo que parecía jabón, tampoco percibí o recordé el escalón fatídico.
En un minuto ambos pies estaban en el aire y yo solo atiné a pensar al tiempo que lo hacía... "Me caigo".
Al cabo de un tiempo abro los ojos. No reconozco a nadie. Porqué mi familia no está a mi lado. ¿Qué pasó con mi esposo? ¿Mis hijos?
Una chiquilla de unos 10 a 12 años grita.  "Mamá, la abuela se despertó".
Horrorizada no sé que hacer. Culpo al padre de mis hijos de aquella mi desgracia. Cómo es posible que hiciera oídos sordos a mi petición constante. "No me mantengas conectada a nada" "No me resuciten" "No me mantengan con vida mientras el mundo a mi alrededor cambia".
Cierro los ojos pidiéndole a Dios que me lleve. Junto mis manos y oro porque todo acabe de una vez.
Finalmente escucho las carcajadas... Y entiendo que he sido víctima de una chanza que muy seguramente yo habría hecho.

Patricia Lara P

Con paciencia y salivita

 Paciencia y salivita (o dos versiones de un Cuento Ocioso, para matar el tiempo


_*Primera Versión*_

"Paciencia y salivita", dijo el elefante a la hormiga que, seducida por la expectativa de nuevas emociones y experiencias sexuales, se disponía a la prometida unión inter especies. Le prometió que no se la comería pues, por su naturaleza herbívora, no le era apetecible; además, siendo un elefante pigmeo de Borneo, era más pequeño que los otros que ella conocía, así que -con paciencia y salivita- era muy posible darse mutuo placer.

Y cumplió su palabra, no se la comió; también hubo paciencia y salivita en abundancia.  

Aún así los hollejos de la hormiga, reventada de dolor y emoción, vuelan por la sabana y el elefante,, aún insatisfecho, emprende su camino rumbo al hormiguero en la colina detrás del estanque. Camina y se arma de paciencia, salivita ya le sobra.

_*Segunda Versión*_


"Paciencia y salivita", dijo la elefanta a la hormiga macho africana que, seducida por la expectativa de nuevas emociones y experiencias sexuales, se disponía a la prometida unión inter especies, frotando sus pequeñas pero potentes ponzoñas.  

Con paciencia, trepó la enorme pata trasera de la elefanta hasta llegar a sus genitales. A ratos ella le animaba, susurrando piropos, enardeciendo aún más las fantasías de su audaz pareja sexual.  

Una vez en el punto, la elefanta le ayudó -a punta de mucha paciencia y salivita- a desplazarse por toda su zona erógena, la que comenzó a picar una y otra vez.  

La elefanta gemía, y expulsaba más y más saliva. Gemía. La hormiga macho, emocionada, picaba cada vez con mayor fruición.  

De pronto, el macho exultante se sintió morir ante un peso inenarrable. La enorme hembra ahogó su último gemido, los ojos exorbitados, la trompa espumante y las enormes patas flaqueando. Exhaló largamente y cayó sobre sus extremidades posteriores, al tiempo que veía a su pequeño amado sucumbir ante su peso.  

Shock anafiláctico, dijo el veterinario de la reserva, donde todos lamentan la accidentada muerte de la elefanta. En el hormiguero, la hormiguita hembra, triste y solitaria, llora a su macho, cuya muerte presiente, sin tener un cuerpo para darle formícida sepultura.

Osiris Bocaney

Yo a juro

 Yo queriendo que fueras tú y tú sintiendo que yo no era suficiente. Buscando en otras partes lo que a mí me faltaba. Y eran ésta y aquella, y aquella otra. El rompecabezas crecía y crecía mientras  yo me disminuía, y me hacía pequeña y más pequeña.  Y es que para construir una, hacías de mis partes sus partes.  Hasta que me acabaste.


Patricia Lara P

Ideas

 En mi cabeza bailan todas esas ideas que quisiera escribir. Hablar del viento, del sol, de las nubes y el aire.

Entre mis cabellos anidan aves que pian y trinan y se hacen arrullos.
Mis manos quieren amarrar las letras, convertirlas en palabras y frases bellas.
Volátiles, inasibles, indescriptibles ellas.

Patricia Lara P

La llamé

 

La llamé


Toqué a su puerta en repetidas ocasiones.  Repiqué incesantemente a su teléfono celular y al número fijo,  justo después de que se apagara la única luz encendida en la primera planta y viera su sombra cerrar las cortinas a hurtadillas. Es la decimoquinta vez que vengo durante la cuarentena a verla porque, con todo y el riesgo es mi mejor ... No... ¡Es mi única amiga en este inhóspito país!

Varias veces grité su nombre y, no conforme con eso, le llamé a su WhatsApp, por vía wifi (el suyo, vamos, que la muy lerda usa para todo la misma contraseña). Infructuoso intento, como los otros, a pesar de que la vi en línea.  

Llamé, de verdad que lo hice, con el mayor de los esfuerzos. Que no se diga que no intenté todo lo posible. No obtuve respuesta. 

Ahora, con la casa ardiendo, puedo oír sus gritos desde dentro.  Me llama.  Invoca nuestra amistad y el tiempo que compartimos. Ahora yo no quiero responder.  Mejor me voy, nunca me gustaron las despedidas.

B. Osiris B.

Ya no estás de este lado

 Ya no estás de este lado

Estás detrás del vidrio, de la puerta, de la pared, del mundo.
Ya no estás de este lado, la vida te cambió y me cambió.
No fue de pronto, no fue despacio. Sencillamente fue.
Ya no estás de este lado, yo tampoco estoy del tuyo.

Patricia Lara P

Cenizas

 Mis cenizas no importan.  Llévenme en vida.

Yo me quiero morir, sentada en una playa viendo un amanecer, un atardecer apacible.
Y cuánto falta para mí viaje? No sé... Igual no importa.

Patricia Lara P

Llamadas

 Cuando llamo a una persona. Lo hago para saber de ella, para que sepa que estoy ahí y además se sienta apreciada.

Lo que menos quiero es juzgamientos o recriminaciones.
Que triste ya no querer comunicarse más. Y quedar con un desasosiego que dura un tiempo largo.
¿A ustedes les pasa?

Patricia Lara P

A viva voz

 


En la sala de espera y mientras con paciencia espero. Me entretengo viendo vídeos, revisando mis redes sociales y pensando pensamientos pensantes. De pronto algo llama mi atención. Un hombre sentado en una esquina del salón habla airadamente por teléfono. Se nota que le importa bien poco que los demás presenciemos su comportamiento.
Dice el hombre: "Es que el que manda soy yo. Mientras esté vivo, mando yo. Después sigue usted. Las mujeres no importan."
Mi mirada arrojó fuego y cenizas hirvientes.
Dsgrcdo... (Pensé). 
¿Adivinen quien guardó silencio al instante?
¿Cuándo dejaremos de escuchar ese tipo de comentarios?
Ojalá pronto.
Yo aquí soñando con un mundo mejor.

Patricia Lara P

Porque no

 Me preguntaba en estos días porque cuando uno dice que no le interesa algo. Debe responder el motivo por el cual no.

Hoy llamó una señora a ofrecerme una suscripción a un diario. Le dije que no me interesaba. Así que procedió a preguntarme el o los motivos. Mi respuesta sincera fue "porque no". La sentí enmudecer. Al parecer la saqué de el diálogo preestablecido.
Algo de pena me dio. Al cabo de un silencio incómodo me decidí a colgar el teléfono.
Me parecer que porque no, es una buena respuesta.
¿Ustedes qué opinan?
Yo aquí pensando en responder de esa manera de aquí en adelante.

Patricia Lara P

2021

 

2021


Se mudaron en agosto de 2020 o algo así, en pleno apogeo de la crisis por la cuarentena y en medio de la crisis para hacer frente a la pandemia.  El humo de los muchos incendios dispersos en la ciudad no permitió percibir con claridad el  el vaho que emanaba de sus pertenencias, muchas de las cuales fueron arrumadas en el balcón.  En el hastío de  mi encierro, me pareció hasta divertido curiosear sin desparpajo desde la ventana de mi dormitorio todos aquellos objetos peculiares que, sin ningún cuidado, fueron abandonados en el polvoriento piso del ala derecha del balcón del apartamento.

No, no me da vergüenza decir que atisbé descaradamente desde mi ventana.  No, no es una indiscreción, es apenas un derecho que me asiste como habitante del piso superior, diseñado -según me había auto convencido- con toda la intención de proveer de una fuente de distracción gratuita, a cuenta de los arquitectos e ingenieros constructores del edificio en el que habito y ahora padezco, por pertenecer a esta selecta clase de descastados cuyo derecho a ver el paisaje urbano fue transado por el de husmear en las vidas ajenas de sus vecinos, en provecho de una fracción del metraje total de un piso tan bien ubicado y con fácil acceso a la avenida y a los centros de interés del área.

Desde mi palco de observación pude ver dagas de diversos tamaños, cuencos de madera y recipientes manchados de tonos rojo cobrizo y marrón y cruces metálicas de un color grisáceo que denotaban cierto aire de antigüedad,  Todo era muy llamativo, novedoso y -dadas mis recientes circunstancias de encierro y aislamiento- curioso y hasta emocionante.

El entretenimiento mejoró con los gritos y alaridos nocturnos que acompañaban las bacanales a las que acudían cada seis u ocho días unos personajes muy extraños, ataviados con los más variopintos disfraces, que incluían desnudos, tatuajes y alguna especie de _body paintings_ que más parecían heridas sangrantes, lo cual hoy -visto en perspectiva-  me parece cada vez más creíble.

Ya para diciembre mi emoción por la novedad había dado paso al asombro y al temor.  Las reuniones se hicieron más frecuentes, a pesar de las estrictas normas de distanciamiento social. La silenciosa violencia, que presumía, ahora eran hechos consumados que desde mi ventana pude presenciar, ya con la discreción que motivaban el temor y la necesidad de autopreservación luego de que, durante la ceremonia que celebraron la última noche de octubre, la mirada penetrante del hijo menor de mi vecina me sorprendiera observándoles desde la penumbra de mi habitación.  Sus ojos, fríos y brillosos, se fijaron en mí en los más largos siete segundos de mi vida, dejándome sin aliento y totalmente petrificado. La noche fue larga y tormentosa y, aunque ya no me atreví a mirar, los ruidos de golpes y cortes, el borbotear de la sangre y los gritos ahogados me dieron una clara idea de la tesitura de la reunión.  
A la mañana siguiente me despertó un sobresalto y la sensación de asfixia por el aire viciado. Se oía mucho movimiento. Mi curiosidad le ganó a mi sensatez y volví a asomarme descaradamente a la ventana, en la esperanza de que la vergüenza, o algún tipo de prejuicio -¡tonto de mí!- contuviera a los del piso inferior en lo que fuera que motivaba la quema y todo aquel ruido y ajetreo. De nuevo me topé con la mirada diabólica de la noche anterior y el pánico que me infundió la presencia silenciosa de aquel adolescente que, entre vigilante y autoritario, permanecía parado en el rincón más distante de su balcón, desde donde dominaba la panorámica de la avenida y las dos ventanas de mis dormitorios, hacia las cuales dedicaba toda su atención.  Inmóvil y sin aliento, permanecí viendo los cuerpos mutilados, los trozos de carne humana y algunos otros restos orgánicos que eran molidos por la dueña de la casa en un procesador de alimentos que ella, la señora que en las noches clamaba por sus hijos entre llantos y alaridos, había acomodado en una mesita allí mismo en el balcón, entre la batea y la ruma de objetos utilitarios que formaban el instrumental necesario para sus rituales en los que, según he podido entender, daba cuenta de la vida de indigentes y jóvenes que, sin miedo a la pandemia, salían por las noches en busca de un poco de diversión.  No puedo recordar nada más de esa primera mañana de noviembre.

Ya es año nuevo, la segunda ola de contagios ha acentuado el encierro y apenas soporto la fetidez de los restos que acumulan en el balcón mis vecinos. Ya me sofoca el humo del eucalipto que queman a toda hora para enmascarar el olor de los restos humanos.  Llevo más de quince días sin dormir, el humo, las risas macabras, los llantos y las súplicas,  la música sacra sonando por lo bajo y el temor a que mis extraños vecinos me asalten trepando desde su balcón, me han espantado el sueño.  El loro, ¡el maldito loro que trajeron de occidente!,  repite los cánticos y lamentos desde el amanecer, mientras cojea por el balcón, picoteando entre los restos humanos que sobraron del más  reciente aquelarre.  Su dueña, como de costumbre, entona alabanzas y cantos religiosos a voz en cuello, como si con ello quisiera expiar los pecados cometidos en los recurrentes conciliábulos  celebrados a su abrigo.  Su tono es igual de chocante que cuando vocifera en sus arengas  nocturnas. El loro canta, repite las oraciones y clama: ¡mis hijooos!  Tengo curiosidad, pero ya no me acerco a las ventanas.

Las nubes de moscas que se cuelan por las hendijas de las ventanas colonizan mi sala.  Dos mil veintiuno, es el año dos mil veintiuno (necesito repetirlo varias veces al día) y yo me siento viviendo en la edad media o peor. Esta noche es luna llena y ya les oigo preparar los trebejos y el altar.  Hablan por lo bajo y reniegan de la segunda ola y de cómo la gente desconfía de la presencia de extraños en cualquier local.  Hay sospechas y recelo por la ola de desapariciones que ha venido en aumento en el último mes, así que no abundan los "invitados voluntarios". Necesitan a alguien más esta noche.  Creo oír mi nombre.  El loro repite mi nombre. El loro canta y dice mi nombre. El loro clama por sus hijos.  Dos mil veintiuno, es el año dos mil veintiuno (necesito repetirlo varias veces al día).   Oigo la  puerta de la vecina abrir y cerrarse...  ¿Son niños los gritan y corean?  Los tapones de silicón que introduje en mis oídos no me dejan distinguir bien los sonidos lejanos. Camino en puntillas a la sala, espantando las moscas, respirando cortamente y evitando toser por el humo que nuevamente inunda mis pulmones y me ahoga.  Apago las luces. Espero en silencio.   Tocan a mi puerta.  No me atrevo a contestar.  Son ellos, puedo oír sus risas y oler su nauseabundo perfume.  

No sé cómo levantar estos trozos de mi cuerpo, que se confunden con los suyos.  Hice lo que pude. Mi ventana está rota, desde acá puedo verla entre los rostros de los niños que me miran asombrados y lloran frente al extraño que sangra copiosamente sobre su piñata, cuyo contenido está parcialmente esparcido bajo mi torso..  Con un gesto les pido que callen.  No obedecen.  Veo plumas verdes en mi mano izquierda. En mi derecha yace un loro del tamaño de un pavo. El loro pesa. Huele a pollo frito, ¿o es a loro muerto? No hay nada que hacer, el cansancio me agobia. Por fin podré dormir.  Cuando despierte me armaré de valor e iré a la farmacia, necesito reponer mis medicinas.  También llamaré al Dr. Calzón, mi psiquiatra, creo que no le agradecí  suficientemente que me recomendara esta residencia.

Dos mil veintiuno, es el año dos mil veintiuno (necesito repetirlo varias veces al día).


B. Osiris B.

De porteros y porteros

 Definitivamente los "porteros" se convierten en muchos momentos en grandes obstáculos. Se creen los dueños de los negocios e impiden incluso pagar.

Les cuento. La factura del predial llegó con el código de barras incompleto. Así que debí ir al "cerca" para pedir una copia de la misma. 
Al llegar allí, al primero que encuentro obviamente es al portero que parado en la puerta me pregunta que quiero hacer.
Le explicó que necesito una copia del documento y el motivo por el cual el que llevo en la mano no sirve.
Inmediatamente me dice que si está a mi nombre. Así que le digo que la mía estaba bien, pero la de mi esposo estaba mal. Dice que debo llevar una autorización de él para que me den la copia. Me parece absurdo. Igual le digo que quiero hablar con la persona de información. Me dice que no está y que si quiero esperar que haga la fila. 
Soy la única persona ahí. Así que apenas el hombre se descuida. Entro para hablar con el funcionario que me puede dar la copia.
El hombre muy amable, recibe la factura, y sin mediar palabra me da la copia. Ahí mismo pude pagar y al salir solo sonreí y le di las gracias al portero.
Igual para que me iba a desgastar en comentarios.
Dios bendiga a algunos porteros y los ilumine para que en lugar de ser obstáculos, colaboren con la empresa y con los clientes de esta.
Yo aquí respirando lentamente,  y ya en mi casa. 

Patricia Lara P.

Adaptarse

 Y despuntó el alba y las avecillas felices cantaron. Las hojas se sacudieron melosas al viento fresco y enamorado.

De pronto el trueno. El grito ensordecedor y de nuevo la calma.
Una calma aprensiva, temerosa. Cargada de malos augurios.
La vida que conocíamos había acabado y empezaba una nueva. No por nueva mejor.
Adaptarse y seguir sería la consigna.

Patricia Lara P

El aguacate


 Hoy liberé el aguacate. Lo sembré en mi antejardín. Creo que está muy feliz.

¿Qué espero de él? Que crezca hermoso, que sea hogar de aves y nos regale oxígeno. Si además da aguacates, será maravilloso.

Patricia Lara P

Fuego distópico

Fuego distópico


En la atalaya del refugio el viento sopla un halo, que, aunque condensado, no deja de transmitir un frío petrificante.  Anaís, una luchadora incansable y sobreviviente por excelencia, descansa al final de un día de construcción y ardua recolección.  

Piensa en la próxima jornada -que será de caza y pesca- sentada en su poltrona con miras al Valle Ragjwald, disfruta de la seguridad temporal de su refugio de carbón vegetal, que en las noches se mimetiza con la oscuridad circundante, para no captar la atención de invasores o depredadores.  Está cansada y contenta, muy satisfecha de tener suficientes avíos, de cara a la tormenta eléctrica que se avizora en el horizonte y que seguramente la alcanzará en unas ocho horas.  Mira hacia la lejanía, se deleita en el silencio y enciende un cerillo para darse lumbre y encender el fuego, cosa que no siempre hace pues los sensores térmicos de los invasores que merodean el Valle podrían detectarlo.  Un ruido en el exterior rompe la calma reinante, la distrae. En segundos el refugio arde, el carbón resultó ser muy combustible (con la momentánea alegría, olvidó hacer el análisis de comburentes presentes en los materiales).  Debe bajar prontamente al sótano y tratar de salvar sus actuales reservas, pero ya el fuego se ha extendido.  Los altos niveles de saturación de oxígeno en esta zona aceleran la combustión y en la noche iluminada únicamente por las intensas llamas, todo está perdido.  Nada queda en la despensa. ¡Sí, ya aquí no hay nada más que hacer!

No hay tiempo para lamentos ni remilgos, es hora de partir. Todo ha terminado, todo inicia.  Comenzar demanda atención y hay que construir un refugio mientras las noticias vuelan, antes de un nuevo ataque. Sintoniza una emisora y oye nuevas noticias de la pandemia, la cuarta ola ya se hace  presente en algunos países, el distanciamiento continúa, no llegan las vacunas y hay que distraer la soledad.
Unos cuantos clicks serán suficientes.  ¡Allá vamos nuevamente!

B. Osiris B.

No solo veo

 No solo veo

Miro y observo
me maravillo
Estamos aquí para estar
para agradecer la tibieza
Y el frescor del agua en nuestra boca
agradecer el hecho de que apaga la sed
y nos regala un poco más de tiempo
de vida.


Patricia Lara P

Del día mundial del perro

 Crónica Social

(del Día Mundial del Perro)

El negro Capitán, de ébano trajeado
bogando el bergantín del amor bien ganado
el día de los canes  en familia ha celebrado
con saltos y ladridos, como es acostumbrado.

No hay quien de la cama lo haga bajar al suelo
lo acarician, lo miman, lo cuidan con mucho celo,
lo ceban con canapés, con chistorras y buñuelos
lo consiente y apapacha todo el clan de los Gabelo

El cánido azabache -muy cómodo y somnoliento-
jugueteó a sus anchas panchas siempre y en todo momento
y no se dio por enterado del fausto mundial evento, 
tan feliz cono él estaba, holgando en sus aposentos.

B. Osiris B.

El cuerpo esta vacío

 El cuerpo está vacío

El alma lo abandonó
O éste expulsó al alma
Se cansó de habitarle
Finalmente está hueco.

Patricia Lara P

Y de pronto

 Y de pronto


Un ave,
su trino,
su belleza.

Y de pronto
una voz amiga
en la distancia
canta armoniosa
una oda a la existencia,
¡a la maravilla de estar vivos!

B. Osiris B.

Palabras proféticas


 "Tú serás mi ángel para siempre." Dijo mientras una sonrisa siniestra se posaba en sus labios y me veía sorber lentamente el té que me acababa de ofrecer.

☺️

Patricia Lara P

Un consejillo

 

Hay que escribir y después leer lo que el autocorrector corrigió. Corregir y volver a leer a ver si está correcta la idea.
Y ni así jajajajaja.

Patricia Lara P

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...