Nano
Nano era
un ser humano obscuro, contrahecho. Se desplazaba por la vida con gran
dificultad debido a su cadera sumamente dañada y a su pierna más corta.
Lo veía a veces observarnos. Nunca nos habló, pero sus ojos vivaces brillaban siempre por el rabillo.
Procuraba Nano estar alejado de las gentes. Imagino yo que siempre fue maltratado y menospreciado por su defecto físico.
Vivía
muy pobremente en un espacio minúsculo construido casi debajo de las
escaleras de la casa. En realidad él solo necesitaba un sitio donde
arrojar un roído colchón para dormir y descansar su cuerpo tan maltrecho.
Nano se enteró un día que a su benefactora le estaban robando sistemática y constantemente los frutos de su pequeña granja.
Él,
se dio a la tarea de investigar. Agazapado como siempre estaba.
Oculto aun en medio de las gentes que lo ignoraban. Descubrió al
criminal.
No dijo nada, no llamó la atención sobre
sí mismo, ni sobre el infractor y una noche hermosa, de luna llena. Se
le aproximó sigilosamente. Sin mediar palabra lo atacó por la espalda.
Al verlo herido gravemente en el suelo, procedió a exponerle los
motivos. Le dijo que sabía que no se habría arrepentido, que no habría
dejado de cometer los robos y que ante eso lo único que le quedaba era
la muerte.
Nano vio directamente a los ojos al
criminal. Lo observó hasta que el brillo de los ojos cesó y la
respiración difícil terminó. Procedió entonces a hacerle un tajo en el
cuello y otro en el abdomen y lo arrojó al río que siempre ha sido
depositario de despojos.
Un día cualquiera, como al descuido Nano dijo a su benefactora y amiga. "Creo que no la van a robar más".
Al
principio preguntaron por el ratero. Luego alguien, quién sabe quién,
dijo que seguro alguien lo había descubierto en un robo y lo había
invitado a abandonar el barrio.
Ya la gente lo
olvidó. Nadie de él se acuerda. De Nano tampoco. Pues era un ser muy
simple, casi invisible y no sé si decirlo también. Un amigo de muy
pocas palabras pero de grandes acciones.