martes, 30 de septiembre de 2014

Penélope



Cuando se dio cuenta que lo único que podría salvarle era la muerte.  Se sentó a esperarla.
Patricia Lara P.

No hay piedra que lo tranque





La gente,  el ser humano;  la mayoría de las veces piensa que tiene todo asegurado.  Que su pareja; nunca se van a ir del lado y va uno como patinando… suavecito y mirando para el cielo, silbando o cantando una tonada tras otra.  De pronto, el piso cambia y las ruedas veloces se enredan y uno a trompicones por la vida deja de mirar arriba y ve abajo y la voz se ahoga en la garganta y el silbido se acaba.  Y se da cuenta entonces,  que todo era un sueño.  Y por fin uno entiende que si uno no cuida lo que tiene lo pierde. 
El amor hay que demostrarlo, la gente que queremos hay que cuidarla, abonarla con mimos y arrullos.  Canturrearles lo mucho que nos importa y abrazar con suavidad a ratos y otros fuertemente, pero siempre, con constancia y amor como si de una planta se tratara y no queremos que se seque y muera o que ahogada en abono y en agua también desaparezca.
A veces, ni cuenta nos damos del dolor que causamos precisamente a aquellos que disque más amamos. 
Y luego, nos aferramos a lo que ya ni existe, como si de una tabla de salvación se tratara y juramos amor y entrega y sacrificio.  A veces aún es tiempo; pero otras tantas ya no hay nada que hacer más que llorar y tratar de seguir adelante por el camino duro y cargado de abrojos que nosotros mismos trazamos.
Patricia Lara P.

María la O.


A veces siento tus manos María la O.
Tibias, llenas de trabajo y a pesar de eso
o gracias a eso; suaves,
Llenas de ternuras.
A veces siento tus miradas
repletas de un no sé qué, de confiada confianza
de deseos por tiempos más felices
de bendiciones.
A veces siento el olor del café en las mañanas
y me lleva de pronto junto al fogón de leña
el humo en las paredes;
y añoro entonces; esos tiempos
en los que tú estabas.
La tibieza que tengo
te la debo a ti,  María la O.
Patricia Lara P.

lunes, 29 de septiembre de 2014

Majo




Majo tiene 4 años, ayer estuve en su casa y hablamos.  Ella me enseñó sus zapatos calientitos y sus sandalias. 
Majo me contó que es una bruja y enronqueció la voz para espantarme; yo me alegre mucho pues no siempre las brujas nos encontramos y podemos hablar.  Así que le enseñé mi verruga; al principio insistía en que ella no la veía, pero cuando le dije que solo las brujas reales vemos las verrugas de nuestras congéneres la vio con total claridad y con su dedito me la indicaba.  Es más, logró ver también los tres pelos negros que salen de ella.
Le conté la historia de Hansel y Gretel mientras ella hacía caras de espanto, luego le dije que con el tiempo ella también querría cocinar niños y entonces hizo una risa de bruja y decidió que los preparará con salsa de tomate y que le quedaran muy sabrosos.
Majo me dio jugo de araña y tierra y le quedó bastante bien, repugnantemente bien.  Esa es la idea al hacer un jugo de esos.  No se cómo hizo para conseguirlas tan tiernas y jugosas.
Le conté también  que yo tenía animalitos caminando entre mis cabellos y que ponían huevos; ella casi enloquece de la dicha buscándolos pero no los encontró, lo cual la desilusionó mucho pues quería tener un par entre su pelo. 
A mí me gustan más los niños bien cocidos pero la experiencia de hablar con Majo y de contarnos historias de brujas fue en realidad divertida. 
Patricia Lara P.

domingo, 28 de septiembre de 2014

Liberación




El hombre andaba con esa idea en la cabeza.  Tenía que acabar con el dolor que él mismo se había infringido el día que dio el sí, acepto.  Y es que cuando la gente se enamora no piensa y a veces ni siquiera es amor sino encoñe.
Perdió la cabeza por aquella mujer de ojos negros, cabellos largos lacios del color de azabache y tez blanca.  Delgada, ni alta ni baja y tan hermosa.  Además siempre olía a azucenas y él sentía que a eso olían los ángeles.
Pero ella de ángel tenía bien poco o si acaso lo era, era uno caído y bien abajo; pues era mala, pérfida, perversa y todos los demás epítomes que definieran maldad.
Se imaginó muchas formas de darle muerte y en su mente las recreó todas.  Pero; una a una las fue desechando.  El veneno le pareció un premio, una bala en el pecho no era suficiente, ahorcarla con sus manos era poco para tanta maldad como la mujer rezumaba.
Así que se dio a la tarea de pagar con bien las maldades de la bestia.  Si lo insultaba o lo injuriaba le obsequiaba bombones, le traía regalos, la amaba más.  La cuidaba con el mayor de los esmeros y la llamaba su joya más preciada.
Sabía que el dolor y la amargura de ella aumentaban con su buen carácter, con su dulzura al tratarla. 
Así día a día ella fue perdiendo su esplendorosa belleza, el rictus en los labios la ajó más y más y ahora muerta en vida deambula por la casa, esperando el momento en que por fin él se apiade y por fin la  libere.
Patricia Lara P

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...