domingo, 28 de septiembre de 2014

Liberación




El hombre andaba con esa idea en la cabeza.  Tenía que acabar con el dolor que él mismo se había infringido el día que dio el sí, acepto.  Y es que cuando la gente se enamora no piensa y a veces ni siquiera es amor sino encoñe.
Perdió la cabeza por aquella mujer de ojos negros, cabellos largos lacios del color de azabache y tez blanca.  Delgada, ni alta ni baja y tan hermosa.  Además siempre olía a azucenas y él sentía que a eso olían los ángeles.
Pero ella de ángel tenía bien poco o si acaso lo era, era uno caído y bien abajo; pues era mala, pérfida, perversa y todos los demás epítomes que definieran maldad.
Se imaginó muchas formas de darle muerte y en su mente las recreó todas.  Pero; una a una las fue desechando.  El veneno le pareció un premio, una bala en el pecho no era suficiente, ahorcarla con sus manos era poco para tanta maldad como la mujer rezumaba.
Así que se dio a la tarea de pagar con bien las maldades de la bestia.  Si lo insultaba o lo injuriaba le obsequiaba bombones, le traía regalos, la amaba más.  La cuidaba con el mayor de los esmeros y la llamaba su joya más preciada.
Sabía que el dolor y la amargura de ella aumentaban con su buen carácter, con su dulzura al tratarla. 
Así día a día ella fue perdiendo su esplendorosa belleza, el rictus en los labios la ajó más y más y ahora muerta en vida deambula por la casa, esperando el momento en que por fin él se apiade y por fin la  libere.
Patricia Lara P

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