El hombre aquel es la víctima perfecta pues al cabo de un rato de
observarlo me di cuenta que tenía todas aquellas cosas que yo odiaba. Era
feo, olía mal, tenía las uñas sucias, y una toalla percudida y hasta tiesa
por el mugre reconcentrado que le rodeaba la cintura flácida.
Lo odié al cabo de tan solo unos minutos y decidí acabar con su
historia. Pero claro, primero le dije mis motivos.
Me miro asombrado y luego se rindió a las evidencias. Inclinó la
cabeza y con sumisión total me dejó ponerle el veneno en el vaso y sin pensarlo
lo bebió.
Patricia Lara P.
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