(Imagen de doña Yolanda de la Colina flores)
Arrugadita, como papel desechado después de intentar mucho un origami; era ella. Caminaba no sé si arrastrando
los pies o flotando a unos dos centímetros del suelo. Ahora la recuerdo como a un ángel viejo.
Encorvada, con la piel pegada de los huesos y sonriendo siempre. A lo
mejor, la sonrisa se olvidó en su rostro y ahí estaba. Los ojos muy
brillantes casi ocultos entre todos los pliegues de sus párpados.
Nos veía llegar a su casa y su cuerpo antes estático, cobraba
movimiento. Saludaba feliz, y se dirigía sin prisa y sin pausa a la
cocina. Siempre a la cocina. Hoy me pregunto cómo preparaba ese chocolate. Le daba trabajo encender el
fogón, llenar la olleta, poner las pastillas de cacao y encima de todo batir
con ese molinillo viejo, viejito como ella.
En aquella época aun tomaba yo chocolate; con el tiempo le perdí el
gusto. Pero hoy, que recordé su rostro. Sentí la calidez de su
mirada y olí en mis recuerdos añejos el olor dulce del chocolate recién
preparado.
No
recuerdo su nombre, pero sí sé que era la mamá de Fidelino. No sé quién
era él tampoco, pero sí sé que me regaló un recuerdo muy dulce.
Patricia Lara P.
No hay comentarios:
Publicar un comentario