Otoño era estilista que no ejercía en sí misma el arte
que practicaba. Era, a decir verdad, una niña escuálida y enjuta; agobiada por
el terrible deber de cortar, una a una las largas cabelleras de Madre Natura y
por las intrigas y miradas odiosas -¿u odiantes?- de sus hermanas, que tanto se
esmeraban en darle color y vida a tan digno objeto de devoción como era la
diversa y variopinta cabellera de la dama en cuestión. Lo que nadie sabía es
que Otoño, en silencio, era la artífice de esos colores, esos aromas,
fragancias y belleza de la que otras se jactaban. Pero su voto fue de silencio
y humildad en el servicio, así que –llegado su momento- hacía caso omiso de
miradas y comentarios insidiosos y se dedicaba a tumbar cada hoja de tan
abundante y frondosa cabellera, no sin antes haber asomado un hermoso y
variopinto espectáculo de coloraciones y tintes que, allá en el fondo, eran la
inspiración de la Prima Vera y de su hermana, Verano. Terminado su tiempo, como
era una maravillosa alquimista, se retiraba a su taller en las altas montañas
del Norte, despedía a Invierno que iniciaba su gélida travesía, y se dedicaba a
crear las más bellas combinaciones del iris para que, tres meses más tarde sus
hermanas subieran a aprovisionarse y surtir sus paletas con los tintes que
Madre Natura habría de lucir. Estos tres meses de soledad solían ser a veces
muy tristes pero, como consumada alquimista que era, Otoño había encontrado que
sus lágrimas tenían un efecto abrillantador para los matices que creaba, por lo
que las mezclaba con mucha delicadeza con cada nueva tonalidad que creaba y
almacenaba con mucho tesón. Al comenzar el deshielo, Invierno regresaba y
despertaba la Prima Vera y a Verano, quienes rozagantes corrían al taller de la
silenciosa Otoño, quien les prodigaba las mejores atenciones y las sorprendía
con la vivacidad a y variedad de colores que tenían listos para ellas. Callada,
Otoño las veía partir, una tras de la otra dejando caer por todas partes sus
colores, entre saltos y risas… y sonreía al oír sus brincos y carcajadas
estridentes mientras contemplaba a Invierno caer, rendido en un largo sopor.
Como pa´ no perde´ la costumbre :)
B. Osiris B.
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