lunes, 8 de septiembre de 2014

El extraño caso de Benedict Zolano, el primer hombre que murió.




“Suponga que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que "recuerda" un pasado ilusorio.”
Bertrand Russell.
Casualmente, después de conversar eufóricamente con mi amigo Andrés Bocanegra sobre lo ridículo que llegaba a ser su comentario sobre lo descalibrado que podía estar su reloj y de terminar pensando en cómo sería de grande el intervalo de “error” entre el primer reloj puesto en marcha respecto a los relojes modernos, leí en el periódico el anuncio sobre un hombre condenado a muerte, un tal Benedict Zolano, el sujeto había sido puesto en manos de los jueces después de haber sido hallado en el supuesto lugar del crimen. Bañado en sangre, de rodillas enfrente del cadáver de un NN, la víctima aún no ha sido identificada, es como si nunca hubiera existido, el señor Zolano alega no recordar absolutamente nada de los hechos y dice, citándolo: “Yo fui puesto allí, como si se tratara de una pieza de una escenografía, juro no haber hecho nada ni recordar al occiso”. Lo que menos me cuadra de toda esta historia es que el señor Zolano me parece de lo más elegante, un tipo bien hablado, educado, con porte de embajador, un tipo que nunca llevó a cabo una labor manual que requiriera el mayor esfuerzo, no logro verlo cometiendo un crimen de una forma tan desagradable, es de ese tipo de personas que supondría envenenando en vez de apuñalando, sin embargo el asesinato ni siquiera se trató de un acto con arma blanca, el cadáver fue encontrado con la cabeza hecha trizas, como si una presión increíble hubiera hecho colapsar su cráneo sobre su propio cerebro, por supuesto su rostro quedó irreconocible. Varios forenses se han interesado en el tema, sobre todo por la envergadura mediática, de inmediato se puso en marcha la maquinaria investigativa y no se ha podido determinar mucha cosa.
Después de meditar un rato en los hechos regresé al pensamiento de lo descalibrado de los relojes y de lo ridículo que era “medir” el tiempo e intentar estandarizar su medida, imaginé un mundo donde todos los relojes diferían los unos de los otros, algunos en los que la unidad de medición no eran ni el segundo, ni el minuto, ni la hora, y la forma en que algunos de los mecanismos estaban construidos para desplazarse incluso de forma aleatoria, relojes en los que las agujas se veían detenidas en intervalos fortuitos jugando de esa forma con sus poseedores, para algunas personas habían pasado pocos instantes mientras que para otras habían transcurrido ya eternidades, unos que se movían a velocidades tan impresionantes que las pilas se agotaban de forma rapidísima. Y de esa forma el tiempo obraba de forma diferente entre todos como pequeñas burbujas paradigmáticas, microcosmos de posibilidades temporales; incluso llegué a imaginar pequeños juegos de azar de amigos que intercambiaban relojes entre sí para de esa manera hacerle trampa a las eventualidades y modificar sus destinos, cruzando líneas de tiempo y doblando los vectores de sus suertes. Inmerso en ésta utopía o laberinto mental, regresó a mi mente el rostro del señor Zolano, y mezclando ambos mundos supuse que si éste llegase a intercambiar su reloj con otra persona podría llegar a modificar su condena, es más, llegué a considerar que su confusión durante el momento del crimen se debía a un intercambio forzoso de relojes por parte del verdadero agresor y un confundido Benedict. Suponiendo que cada persona estaba subordinada a su pequeño microcosmos temporal una agresiva modificación de dicho sistema podría llevar a los involucrados a una especie de Jet Lag momentáneo, siendo éste un periodo propicio para cometer la maniobra delictiva. Sonriendo por los descabellados juegos de mi mente llegué incluso a pensar que el occiso nunca estuvo vivo y que había sido creado muerto como una estrategia para intervenir en el díscolo de la historia, es más supuse que Benedict había nacido hacía pocos instantes portando un reloj de velocidades astronómicas y que al ser éste retirado de forma instantánea por una persona ajena a su burbuja, se había producido un choque de realidades entre la realidad del mismo y “nuestra” realidad, lo que me llevó de inmediato a pensar que podía ser que nuestros relojes sí estuvieran calibrados de forma semejante, con ligeras variaciones, pero que para poder transportarnos a otras dimensiones bastaba con modificar la velocidad de nuestros aparatos de medición temporal, sentí entonces que yo mismo podía ser víctima de estos juegos de dimensiones y que en ese caso mi existencia era totalmente banal, un pequeño suspiro de una ola en un inmenso océano infinito, sentí entonces que sólo podía haber pasado un minuto desde mi creación y de golpe me dí cuenta que el señor Zolano había sido creado para morir a los pocos instantes de su nacimiento, ese pensamiento de inmediato sucumbió en una carcajada eufórica. Todos los hombres estamos destinados a morir a los pocos instantes de nuestra creación, todos los hombres somos el primer hombre que murió.


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