viernes, 29 de octubre de 2021

Podólogo alternativo


Podólogo Alternativo

Patricia llego al Centro Podológico Alternativo de lo más entusiasmada y con muchas expectativas, pues le comentaron sus vecinas que era un servicio totalmente diferente y de la más alta calidad. Previamente, tal como le habían recomendado, pidió cita por teléfono con dos días de anticipación, confirmando dos horas antes, en la fecha acordada.
Como en la cuarentena era muy necesario cuidar el distanciamiento, se aseguró de que le confirmaran que no coincidiría con nadie más en el espacio donde la atenderían.  Tapabocas y gel antibacterial de por medio, llegó al lugar concertado para la cita, hacia donde salió con anticipación, pues el cielo amenazaba con lluvia y no quería pecar de impuntual.

Una vez en el sitio, un joven muy atento la llevó hacia un cubículo ,la ayudó a reclinarse en una mullida silla térmica y muy cuidadosamente le retiró los zapatos.  Inmediatamente y sin mediar palabras, le dio un masaje de la pantorrilla hacia abajo, con especial énfasis en los dedos de sus pies. Patricia sintió que con la fricción de aquellos aceites esenciales que olían tan deliciosamente, sus pies estaban recibiendo las caricias de un ángel. 

Terminado el masaje, el atento Asistente Podológico -como se presentó-  acercó a los pies de Patricia un hidromasajeador y sauna de pies, dónde sumergió ambas extremidades de nuestra amiga.

Pasados unos veinte minutos, con una toalla prístina y suave, se dedicó a secarle cuidadosamente cada uno de los pliegues de sus pies, luego de lo cual los volvió a sumergir en algo que el llamaba pediluvio, inmersión que duró aproximadamente unos treinta minutos durante los cuales Patricia -entre bostezos y cabezadas- disfrutó de una melodía de ambiente que le hacía rememorar las aguas corrientes de un río y el trino de muchas aves, en una ensoñación deliciosa. 

Culminada la media hora en el pediluvio, el joven retomó la sesión de masajes podales y, sin que viniera a cuento, se retiró el tapabocas y comenzó a cortarle las uñas y arrancarle los pellejitos de los pies a mordisco limpio y directo, sin ningún asomo de asco o escrúpulos. Patricia, sorprendida y aún somnolienta, no podía ni moverse y abismada observó la destreza y pericia con la que aquel joven era capaz de arrancar hasta el más pequeño rastro de cutícula con sus dientes, con una rapidez y precisión indescriptibles.  

De pronto la inmovilidad y la sorpresa dieron paso al dolor y al pánico, cuando sintió un tirón en el dedo gordo y vio que le empezaba a sangrar. Súbitamente, Patricia salió de su sopor y cayó en cuenta de lo que estaba sucediendo; se percató de que el joven le sonreía mientras succionaba con fruición el pequeño río de sangre que -tal vez por los múltiples estímulos previos- manaba del dedo gordo de su pie izquierdo con una abundancia nunca antes vista por ella. Como una posesa, aterida a impactada, Patricia agarró sus macundales, no sin antes darle un empellón al joven, que fue a dar de trasero sobre las aguas residuales en el pediluvio donde previamente le había lavado los pies a la señora que -según le habían dicho- venía recomendado por sus mejores clientes.

Patricia, por su cuenta, emprendió la retirada camino a casa con el dedo sangrante y la pata coja gritando: " ¡Qué va carajito ya me remojó, ya me ablandó, me mordisqueó.. ni por el putas me quedo para que me coma!"

Y allá va, calle abajo, cojeando, apretando el paso y mirando hacía atrás cada tanto, pensando por qué carajos no se hizo ella misma la pedicura, aunque las uñas le quedaran choretas.

B. Osiris Bocaney

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