viernes, 29 de octubre de 2021

Doña Justa


Doña Justa
Fue una niña tranquila, rayando en o taciturna, más ensimismada que sociable, más de miradas veladas y suspiros por lo bajo, que de sonrisas y mirada abierta.

De adolescente, muchos la describirían solitaria y hasta aburrida; tan sosa, que ya de adulta sorprendieron sus más de tres matrimonios, con sendos pretendientes cuyas muertes inexplicables sumaron familia y fortuna a Doña Justa, hoy madre de unos quince hijos y abuela de unos veinte.

Hoy, con sus canas y un peinado muy bien logrado, pasa desapercibida en el velorio de su quinto marido, de cuya unión no tuvo hijos, tampoco familia, porque el finado Elisandro -inmigrante devenido en próspero comerciante- tenía, como se jactaba cada vez que tenía oportunidad, la dicha de haber visto morir a toda su parentela.  Allí, confundida con el mobiliario del crematorio, espera a recibir las cenizas.  Tras la mascarilla, sonríe al tiempo que recuerda cuántas veces Elisandro imploró, antes de dejar de respirar, por su inhalador, el mismo que ahora sostiene con fuerza con la mano que oculta dentro de su cartera. En el fondo del salón, dos señoras del servicio que asisten a Doña Justa comentan por lo bajo la mala suerte de la señora, ¡tanto dinero y no de duran los maridos!  Ella las oye, quiere voltear y pedirles silencio, pero estalla en risas que, tras el tapabocas se confunden con sollozos.  Doña Justa ríe hasta las lágrimas, lo único que alcanzan a ver las pocas personas que hoy la acompañan y compadecen su dolor.

B. Osiris Bocaney

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