Hacía honor a su nombre todo el tiempo. Era cálida y muy acogedora. Todo aquel que tenía que ver con ella quedaba encantado. Era como algunos decían “enamoradora”
Lo curioso del caso es que Plácida vivía sola, solo que algunas veces
-muchas en realidad- recibía acompañantes.
No se podía decir que fuera de la vida fácil, o alegre como algunos
dicen; ya que era costoso e incluso muy complicado ser tan acogedora.
Ella había querido que alguien por fin se quedara definitivamente, pero por más
que se esforzaba no lograba hacerlo.
A veces se ensimismaba un poco; sobre todo cuando se encontraba
sola. Pero apenas llegaba alguien, ella se tornaba "feliz" y
cálida de nuevo.
En realidad la espera la hacía languidecer e incluso a veces se notaba
avejentada. Por ahí vio grietas en la mampostería y una que otra telaraña
en el techo.
Con el tiempo los visitantes fueron menos y ya al final muy pocos.
Pero un día cuando nuestra querida Plácida ya desesperaba; vio llegar a su puerta a una pareja de
ancianos y un niño.
Plácida García por fin pudo tener bajo su techo una familia real que
estuvo con ella años. Tantos que el niño creció y se enamoró y llegó con
una joven un buen día a seguir viviendo
con ella.
Es que la playa sobre la que estaba construida y las palmeras que la
rodeaban eran el lugar más indicado para vivir serenamente, con gente que en
realidad la cuidaba y la amaba.
Así Placida fue plenamente feliz.
Patricia Lara P.
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