Cuando amanece y a pesar de todo; es decir, a pesar de la luz, del sol, de las nubes flotantes, del canto de las aves, de las pajarillos picoteando los frutos ya maduros y las abejas regodeándose con las flores abiertas y llenas de miel y de rocío, el día aun no es mí día. Para mí no amanece.
Es que siento que el tiempo se va sin transcurrir y la sonrisa no llega
placentera. Que a pesar de la caricia del viento y de la tibieza o el
frío del momento, yo estoy yerta. Hielo adentro. Es como la invalidez
del alma, o el cansancio de ser.
Cuando oscurece y a pesar de todo; es decir, de la luna, de la oscuridad
difusa, del olor a cenas, del cuchicheo lejano de conversaciones, del canto del
búho o de un ave tardía y de ese otro
silencio de las cosas que duermen. Para mí no anochece.
A pesar de todo el sueño siempre acude a terminar lo inconcluso, a
reparar el alma ya cansada y la tibieza de la cama compensa. Por supuesto
no todo, pero el descanso llega y la paz del momento mucho ayuda.
Patricia Lara P.
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