Le fue entregado el libro aquel; tenía letra pequeña y unas 1000 páginas. Empezó a leerlo y se dio cuenta que era su vida retratada en cada una de las palabras. Llegaba a su memoria cada suceso, cada historia, algunos recuerdos vívidos en su memoria, otros descoloridos por el tiempo, retomaban color y unos más eran revividos casi como eventos nuevos pues se habían perdido en los vapores de la memoria.
No quería soltarlo, leía y leía y sin
darse cuenta apenas; las letras se fueron haciendo más grandes y las hojas se
fueron reduciendo. Tampoco se percató que las canas cubrían rápidamente
su cabeza y que sucesos leídos apenas, se hacían viejos en su memoria. Su
cara se llenó de arrugas y apenas si lo notó en sus manos pues también en ellas
surgieron entreveradas con las arrugas las manchas de la edad. Siguió
leyendo con fruición, respirando apenas. Y claro, al llegar a la última
página fue que se percató que había terminado su vida antes de tiempo, pues al
leer su propia historia la fue agotando. En un último suspiro una hoja
con la palabra fin fue la que cayó de entre sus mustios dedos.
Patricia Lara P.
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