No sé por qué ni como, pero nos fuimos a las manos. Yo no me lo esperaba y preparé mis puños, él a lo mejor sí y lo que me dio fue un garrotazo en la cabeza. Caí al suelo, pero me recuperé rápidamente -por lo menos fue lo que pensé, sentí-.
Ya de pie y no viendo a ninguna persona que conociera a mi alrededor, me sentí impelido a ir a algún
sitio que siendo desconocido para mí, al parecer no lo era. Caminé por
lugares que antes nunca había transitado, pero que instintivamente
reconocía. Y llegué sin querer a una calle medianamente larga.
Casas blancas a lado y lado de la vía, pero sin gentes en su exterior.
Llegué a la última puerta a la derecha y cosa curiosa, pude abrir y
entrar. La casa pequeña, blanca también y con algunas personas que al
parecer me esperaban y sabían quién era yo, pues me saludaron no efusivamente
pero si, amables y dispuestas.
Veo que hay muebles; comedor, sala, alcoba y curiosamente arena.
Hay mucha arena por todas partes. Agarro una escoba e intento limpiar
pero casi al instante me doy cuenta que es una labor sin fin, así que la dejo a
un lado y me dedico a pensar en lo que pasa y a tratar de entenderlo
todo. Siento ganas de orinar y voy al baño. Levanto la tapa del
sanitario y allí solo hay suciedad, doy gracias a Dios pues no tengo que sentarme
y puedo orinar parado. Trato de bajar el agua pero no hay. Así que
miro y hay una bañera al lado llena de una especie de jabón espeso, como nata
se ve; de pronto, se mueve y de ella surge una niña rubia, con el cabello
ensortijado y curiosamente seco. Es blanca y gordita y me mira.
Tomo de al lado de la bañera una toalla y con ella agarro la niña y la saco de
allí.
De pronto estoy de nuevo en la sala y llega una mujer anciana que dice
que su casa es la de enfrente pero que hay gente que ella no conoce viviendo en
ella. Yo como siempre intento ayudar pero no encuentro más solución que
decirle que en la casa de al lado de la suya hay otra que tiene un cuarto
independiente, y que no importa que alguien más habite allí ya que las
viviendas al parecer son para quien las necesite.
No es una anciana débil, más bien se ve como un tronco fuerte, y su
mirada es un poco tosca. Al parecer no
está dispuesta a perder su casa pues espera visitas pronto.
Veo desde mi puerta, la gente que se ha apropiado de la casa de la
anciana mujer y se inmediatamente que no estas dispuestos a devolverla pues se
sienten muy cómodos en ella.
Patricia Lara P.
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