lunes, 28 de julio de 2014

La "Ponedora"





Rompió el muro que lo separaba del mundo.  No fue cosa sencilla pues solo contaba con su cuerpo para hacerlo.  No tenía manos y por lo tanto usó lo único que tenía.  Su pico.  Por fin y luego de mucho luchar logró abrir un pequeño huequecillo y ya respirando y ampliando sus pulmones se movía tratando de hacerse más grande hasta que logró romper la cáscara y salir.  Vio una hembra hermosa, brillante y grande y a su lado otros como ella;  haciendo lo mismo que  había hecho ya.  Unas de aquellas esferas parecían tener vida propia, otras no.
Al cabo de un rato pudo moverse mejor y motivados por la madre, salieron del sitio calientito que los abrigaba;  llegaron a otro con piedrecillas y arena y un poco más allá algo que su madre llamó huerta.  Escarbaron con las paticas y con el pico y encontraron jugosos gusanos que degustaron con fruición.  Al cabo de un rato un personaje extraño y muy diferente a ellos,  les arrojó comida que no era tan jugosa pero que igual era rica y muy divertida de atrapar.  Competía con sus hermanos para conseguir la más grande; la mejor.
Ya en la tarde regresaron al nido y se durmieron plácidamente bajo las alas de la mamá.
La vida continuó así por muchos días.   Pero hubo uno en particular que vio aquel hermoso macho.  Plumas largas en su cabeza y ni hablar de la hermosa cola que lo decoraba.  Fue amor a primera vista.  Él, luego de pretenderla por un rato, se le acercó, le habló al oído y luego cuando ella menos lo esperaba la montó.  Susto, espanto y luego de nuevo nada.  La vida prosiguió entre ir a la huerta, buscarse la comida, recibir el maíz y dormir de nuevo.
Cualquier día sintió una enorme necesidad de meterse en su nido a una hora que no era la acostumbrada.  Igual fue hasta allí y ¡oh sorpresa! Con esfuerzo depositó en su nido una de esas esferas blancas que ya había visto al nacer.  Se sintió emocionada y la cuidó con esmero, no lograba dejar de mirarla y de contarle alocadamente a todo el gallinero lo que había sucedido.  Quería que el mundo lo supiera y lo viera también.  Al día siguiente otra y esa misma tarde otra y así hasta que juntó ocho.  Se sentía orgullosa y su pecho se henchía de orgullo y de amor.  Amor, porque ella amaba esos pequeños círculos blancos.  Veintiún días después, los huevos empezaron a moverse y de ellos salieron ocho hermosos pollitos. 
Entendió entonces nuestra bella gallina que el ciclo de la vida empezaba de nuevo.
Patricia Lara P.

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