¿Recuerdas aquella historia que contaba Gabriel? Esa donde al último de
los Buendía se lo estaban comiendo las hormigas... ¿No lo recuerdas?
Entonces tampoco
leíste alguna vez en esos diarios sensacionalistas que en barrios muy pobres,
donde abundan las basuras, los insectos y demás bichos; a los bebes recién
nacidos que sus padres dejan solos un rato se los comen las ratas.
Pues fijate tú que
llegó a mi mente una historia casi igual de trágica.
¿Viste esas cabañas
al lado de los bosques y de un lago placido?
Esas que tienen un hermoso embarcadero y una lancha flota amarrada al
lado.
Pues mi historia
tiene lugar allí.
La imagen es
hermosa, no lo niego. Ella, la madre tiene un bebe precioso, es la luz de
sus ojos y lo cuida con gran esmero. Una noche de tormenta... mucha
lluvia y truenos. Ella se llena de temor. Esta sola con su bebé
dormido en brazos y se mece en una silla que chirrea un poco. Se va
adormilando y temiendo dejar caer al niño se dirige a la cama. Tiene un
sueño atroz... decide dormir una horita y despertarse luego a encender el hogar
y tener caliente la cena de su esposo. Supone que el llanto del
niño pidiendo su alimento la despertará. Sabe que cada hora el bebé exige
su comida y eso la tranquiliza.
Va entrando en un
sopor extraño, siente que abandona su cuerpo y pierde el sentido de las
cosas.
Al cabo de lo que para ella es un
rato se despierta. Siente que durmió bien y que descansó mejor. Se
estira mirando a todos lados. La cabaña ha cambiado. Está llena de
musgo y de plantas, la humedad satura el ambiente. Gotas de agua destilan
del techo y caen sobre todo. Ella misma está muy mojada y algo adolorida.
Sus manos arruadas de humedad la asustan. Mira a su lado y ahí está él
bebe... duerme plácidamente. De pronto en medio del espanto ella observa
que de su naricita y boca salen gusanos. Babosas de agua lo han
convertido en su hogar.
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