La vida era buena... eso era lo que se repetía todos los días y daba gracias a
Dios mirando al cielo. Vivía abajo de una enorme roca, tenía pocas cosas
pero comida nunca le faltaba, ni ropa y era muy atlético y saludable.
Le gustaban la humedad de su casa, su privacidad y que por eso mismo
vinieran de visita sus amigas. Ellas lo hacían con frecuencia;
razón por la cual casi nunca estaba solo.
La gente diría que era importante la familia, pero a él le gustaba más
su estilo de vida y se sabía más útil también. Así que cumplía a
cabalidad con el sagrado mandamiento de multiplicarse. Tenía a su haber muchos
hijitos. No veía por ellos pues
ellas nunca se lo pidieron y ninguna intentó siquiera quedarse a su lado.
Él jamás había dudado en hacerle el “favor” a la amiga que lo necesitara
y llegara hasta su vivienda a pedírselo.
A nuestro héroe no le gustaba vivir
en casas a pesar de que habían varias cerca, pues él consideraba que era
exponerse a que cuando lo vieran le dieran un pisotón y hasta ahí llegara su cómoda
existencia.
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