Alexia mira el
limpiaparabrisas y sonríe. La turbidez del cristal no la perturba, al
contrario, al ver aquellas gotas rojizas esparcidas en él la hacen sentir libre
y contenta. Sobre el capot, Leandro yace y aún da muestras de los últimos
estertores. Pide ayuda, pero no la conseguirá: su esposa, que acaba de
arremeter en su contra con el vehículo que ambos están pagando por cuotas, es
la única persona cercana en más de diez kilómetros a la redonda. Por la mente
de Leandro cruza una vorágine de recuerdos: cuando se conocieron, la primera
pelea, el primer golpe, las continuas agresiones… Quiere pedir perdón, pero ya
es muy tarde, puede verlo en la sonrisa que se asoma a través del cristal
ensangrentado. De repente, un sonido que será el último recuerdo de esta vida:
rugir de motores –acelera nuevamente-, dolor incesante, un frenazo y un vacío
súbito. De camino a la frontera, Alexia agradece la lluvia providencial que le
evita lavar el carro para eliminar los rastros de sangre. Ante el recuerdo del
cuerpo inerte de Leandro, tirado en la barranca, sonríe una vez más y sube el
volumen al reproductor. Acelera y tararea: “veo un cisne volar a través de las
aguas del manantial pretendiendo abrazar la tierra entera…” Al escuchar esa
melodía de “Azúcar, Cacao y Leche”, evoca su juventud, vuelve a sentirse joven
¡y libre! Alexia vuela en su auto, ríe a carcajadas y trata de olvidar que aún
le duele el cuerpo por la última paliza. Se dice para sus adentros “fue la
última, esta vez sí” y canta: “majestuoso se va a otras fronteras”… “el cisne
ya no volverá” se oye en la distancia y ruge el motor en medio de la lluvia.
B. Osiris B.
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