lunes, 29 de julio de 2013

Rigoberto y Lucero




Rigoberto era el nombre de un “espiglo” al que le habría gustado ser padre.  Pero por cuestiones de la naturaleza natural de los espiglos, no había podido serlo.  Tampoco había sido tío, ni primo, ni nieto, ni nada.  No tenía ni un solo pariente cercano o lejano.  Y sin saber tampoco por qué motivo, nunca había logrado encontrar otro espiglo en su vida.  A su juicio era único e irrepetible.  Lo cual habría sido todo un gusto si con el tiempo no se hubiera sentido tan solo.
Rigoberto había intentado hacer amigos entre los animales, pero no fue aceptado por ninguno.  Al parecer era muy "raro".  Raro no, pensaba él... tan solo diferente.  Pero las diferencias no les gustan a los animales que solo aceptan a los de su misma especie o por los menos que tengan iguales características.
Buscó entonces y encontró seres humanos.  Pero estos eran aún más crueles que los animales y no solo lo rechazaron brutal y tajantemente sino que al tardar en marcharse lo agredieron arrojándole piedras y palos y diciéndole terribles palabras.
El pobre Rigoberto no encontraba un sitio en el mundo.  Deseaba ser feliz y la felicidad con el tiempo se le tornaba más y más esquiva.
Se alejó de todo lo que conocía, atravesó mares y ríos y allá al final del mundo la encontró.
No se sabía quién había encontrado a quien… Ella era una espiglo muy pero muy bonita y elegante y se llamaba Lucero.  Había sido criada por unas monjas que la habían amado y aceptado sin ninguna condición.  Al crecer, no de tamaño sino al hacerse mayor sintió la necesidad de conocer a alguien de su mismo aspecto o sería de su misma especie o condición y empezó a andar también por caminos.  Le tocó ocultarse  pues los seres humanos eran crueles con ella y los animales tampoco la aceptaban por “rarita”. 
Lloraba a mares en los días y en las noches no perdía la fe de encontrar a alguien que fuera como ella. 
Ya llegando a los confines de la tierra lo vio.  Creyó que era un buen sueño primero, después que era una fantasía hermosa  luego se imaginó que había muerto y por último estuvo segura de que era un milagro.
Ahí estaba el más hermoso ser que había ella conocido.  Y la miraba como si soñara y tampoco pudiera creerlo.  Empezaron a hablar al mismo tiempo, contaron casi las mismas historias y cómo por fin se habían encontrado, después de haberse soñado y buscado tanto.
Luego de mirarse bien, de reconocer la bondad que cada uno tenía en su corazón y que se transparentaba en la limpidez de sus ojos y la nitidez  de sus almas.  Luego de haberse contado todas las historias vividas y sufridas, se tomaron fuertemente de las manos y guardaron silencio.
Como atraídos por una fuerza mayor miraron al cielo y vieron algo fantástico.  De la luna descendía una hermosa carroza blanca, brillaba tanto como el sol y era enorme.
Rigoberto y lucero se frotaron los ojos y no podían dar crédito a lo que veían.  De la carroza descendió entonces una hermosa mujer.  Una mujer espiglo.  Se veía muy anciana y les habló con dulzura diciéndoles: “Hijos míos”  y continuó diciendo.  “Han superado todas las pruebas que les fueron impuestas y lo hicieron con honor.  Ahora sabrán que son el primer espiglo macho y la primera espiglo hembra y que habitaran y poblaran un mundo que yo les daré”.
Harán de él un paraíso en el que reinaran el amor y la paz.  Serán prolíficos y sus hijos los honraran siempre.  Sé que serán fieles a ustedes, a su palabra y por supuesto a mí que soy su madre amorosa.
Rigoberto y Lucero no podían creerlo, ahora tendrían todo lo que habían soñado y lo principal… una familia.
Después de un viaje en la carroza con la anciana señora; llegaron a un mundo completamente nuevo y que era adecuado para ellos y ahí vivieron felices rodeados de su numerosa familia por siempre.


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