miércoles, 24 de julio de 2013

Los tres cochinitos




Estos eran tres cerditos que tenían hecha su porqueriza todo un chiquero.  Su madre había intentado siempre que tuvieran fresco el lodo para bañarse todos los días pero ellos... nada.  Así que harta ella de luchar luchas infructuosas les pidió que se fueran a hacer sus propias vidas y a vivirlas como mejor pudieran.  Finalmente una madre tiene derecho a tener tranquilidad en su vejez; además había por allí cerca un Marrano pelirrojo y  pecoso que le tiraba los perros y ella por supuesto se los recibía con ganas.
Así que cochinito mayor, se fue no muy lejos y construyó una casita de paja.  Pensaba él que si un día se aburría de buscar comida se podría alimentar bien de ella y no pasaría ni hambre, ni frío, ni mayores afujias.
Cochinito mediano se fue un poco más lejos y se fabricó una casa de madera.  Pensó que si no podía ir al bosque por leña podría calentarse prendiéndole fuego a  una tabla o dos... o más de ser necesario.
Y cochinito chiquito que era más emprendedor; se construyó una casa de ladrillo y con chimenea y todo.  Mientras conseguía lo que necesitaba para construir su casa pasaba por las de sus hermanos y de una se llevó un poco de paja para hacerse un lindo y confortable lecho y de la otra unas cuantas tablas para encender el fuego.
Eso debilitó las casas de sus hermanos pero él pensó que nadie se daría cuenta y que además nada malo pasaría.
El lobo vivía por ahí cerca y gustaba mucho de comer lechona o cochinito tierno al horno y solo de pensarlo se le hacía agua la boca.
De pronto como en sueños vio que cochinito mayor entraba en su casita y pensó..."Puedo comérmelo ahora mismo".  Llegó, llamó a la puerta, intento convencerlo para que abriera pero todo fue en vano.  Recordando entonces la historia aquella en que el lobo dice: “Soplaré y soplaré y tu casa tumbaré"  se decidió a hacerlo y cuál sería su sorpresa cuando zas, la casita voló por los aires y más rápido que inmediatamente procedió el chancho a correr a meterse en la casa de madera de su hermano.
El lobo alebrestado por su primer triunfo llegó, llamó, intento convencer por las buenas y en vista de que nada funcionaba dijo: “soplaré y soplaré y tu casa tumbaré"  a lo cual respondieron con risas y carcajadas los chanchos.  Pero él, ofendido en lo más profundo de su ser sopló, sopló y sopló y la casa por los aires voló.
Los chancitos corrieron y entraron apresuradamente a la casa de su hermano menor.  El lobo no se daba por vencido y llegó, llamó, habló, e intentó convencer y nada.  Así que dijo de nuevo: “soplaré y soplaré y tu casa tumbaré"  Y dicho y hecho... sopló y sopló y sopló y se ahogó y nada.
Así que se recostó en un árbol frente a la casa a pensar pensamientos de destrucción cerduna y se le ocurrió una idea genial...  Entraría por la chimenea, los sorprendería durmiendo y se los comería.  Cómo salivaba nuestro lobo solo de pensarlo.
Así es que cuando vio que apagaban las luces, que la chimenea dejaba de arrojar humo y que ya no se escuchaban ruidos cotidianos sino ronquidos.
Subió al techo, entro por la chimenea y encontrando a los cerdos dormidos los ato muy bien a cada uno.  Feliz pensaba en la atracada que con ellos se daría.
Usó un poco de paja para iniciar el fuego, y otro poco de leña para darle vida al hogar y soplaba y soplaba hasta que el fuego cantarín bailaba.  Feliz procedió entonces a destripar al cerdito mayor mientras los otros dos miraban espantados.  Y lo aso con repollos y zanahorias que el chanchito menor tenía para su propia cena.  Comió y comió.  Durmió muy bien y cuando acabó con todo lo que del chanchito se podía consumir agarró al chanchito del medio e hizo lo propio. 
Después y ya saciado llamó a la loba y a los lobitos que consumieron del cerdito menor hasta los huesitos.  Doña Loba resultó muy buena decoradora y de las carracas hizo hermosos tiestos en los que sembró plantas de flores y con los huesos pequeños hizo móviles que con el viento suenan muy bonito  y ahora felices viven todos en la casa de ladrillo que construyó un marranito.
El cerdito menor pidió que le dejaran decir sus últimas palabras y esas fueron: “Nadie sabe para quién trabaja”
Y tirurín tirurado este cuente se ha acabado.  El lobo, la loba y los lobitos viven felices y comen perdices pues del último chanchito solo queda el recuerdito.



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