Rapunzel esperó y espero al príncipe soñado. Desde su tierna infancia le contaron el cuento de que a su torre llegaría un hermoso caballero que la ayudaría a escapar del dominio de la bruja mala. Sin embargo el tiempo transcurría, sus cabellos empezaban a lucir hilos de plata y del príncipe no llegaba. Ella entonaba himnos de amor con su adorable voz, pero de nada servía.
La trenza la agotaba y casi no podía moverse de la ventana donde desesperaba.
Lo odió... lo odió tanto o más que a la bruja que la sometía a semejante encierro y tortura. Y decidió vengarse.
Corto su trenza, dejándola unida a su cabeza por muy poco, empezó de nuevo a entonar canciones de amor tan tierno y puro y con voz tan melodiosa que por fin un caballero andante la escuchó. Llegó hasta la torre. La sedujo y le pidió que le ayudara a subir hasta su ventana. Rapunzel arrojó la trenza y cuando el príncipe casi la alcanzaba la terminó de cortar de golpe dejándolo caer al vacío y romperse casi todos los huesos al instante. No falleció de inmediato, lo que le dio tiempo a ella de gozarse su agonía y sentirse vengada.
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