A aquella pareja le
encantaba el sexo. Todas las oportunidades que tenían las empleaban en
hacerse sentir rico y amado el uno al otro. Compraban artilugios que iban
acumulando en su cuarto que para efectos legales era su santuario.
Un enorme armario
contenía juguetes sexuales de unos y otros tipos y formas y para una cosa y
otra. Los fines de semana se daban a la tarea de limpiar cada uno de lo
que para ellos era su secreto y tesoro más sagrado.
Procuraban
emplearlos todos. No olvidar ninguno, para no solo satisfacerse
mutuamente sino a sus adorados objetos, a los cuales les atribuían actitudes de
seres humanos.
Sentían ellos que
los consoladores de diversas formas y tamaños se podrían sentir heridos si no
eran usados con frecuencia. Y ni hablar de las esposas forradas en piel
de tigre y de los hermosos látigos de diversos colores y tamaños.
Usaban también un
par métodos de protección pues lo que menos querían ellos era un tercero que
llegara a interrumpir su amor y sus necesarias faenas llenas de amor y sensual
sexualidad.
Pero, como no todo
siempre es como uno lo desea. El condón se rompió, el otro método falló y
ahí estaba el intruso.
Inicialmente no
tuvieron mayores problemas y pudieron continuar con su rutina, pero cuando el
niño fue creciendo tuvieron que ponerle llave al armario y llego el momento en
que incluso la misma se extravió y a ninguno de los dos le importó. Es
que con el intruso a bordo, el amor que empezaron a sentir por el mismo y el cansancio que causaba cuidarlo 24 horas
de las 24 del día ya no tenían tiempo de adorarse y de prodigarse todas esas
caricias.
Pasó el tiempo y
una noche tuvieron una terrible pesadilla. Los artilugios querían castigarlos
por haberlos dejado encerrados y sin uso alguno. Vengarse por
prácticamente haberles dado muerte por olvido.
Uno a uno salieron
del armario, las esposas los ataron a la cama y los demás artilugios empezaron
la labor de castigarlos.
Al día siguiente el llanto del niño alertó a los vecinos, que llamaron a
la familia. Al entrar los encontraron plácidamente recostados en su
cama. Una sonrisa enorme en el rostro de cada uno. El médico
forense dijo que llevaban varias horas de muertos.
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