miércoles, 21 de agosto de 2013

El Columpio



Antoinette no puede creer lo que sus ojos ven, lo que su cuerpo siente. Entre el estupor y el dolor contempla, en los últimos estertores de su vida, cómo aquellos dos hombres se entregan al amor de una manera carnal, apasionada, casi como ella lo soñara para sí unas horas antes. Trata de moverse, una abrasante presión en el pecho se lo impide. ¡Y pensar que hace solo unos momentos sonreía, feliz e ilusionada ante la promesa de un affaire, columpiándose libremente, sintiendo la brisa campestre en sus cabellos y su entrepierna! Por un momento logra recordar el instante en que mostró a Francois su pantorrilla desnuda –y algo más- bajo sus enaguas. Un arrebato lo estremeció, eso es seguro, y ella sintió que ya lo demás sería ponerle un poco de creatividad a toda esa pasión agitada en ambos. Sonríe al darse cuenta de su miseria: excitada y moribunda, nada puede hacer para cambiar una cosa o la otra. Tampoco lo desea.
¡Y pensar que este columpio que ahora la amarra, este jardín donde ahora yace, fue lo que les unió! Gerard y Francois no se habrían conocido –al menos eso cree ella en su delirio final- si ella no hubiese insistido en aquel jardín, en ese columpio, esas estatuas que ahora se le hacen tan abominables. Mira hacia arriba y un descarado Cupido parece hacerle un llamado al silencio y la discreción colocando un dedo sobre sus labios. ¡Ja, y nada más hace unos minutos lo pensaba su cómplice en la pequeña aventura que tramaba mientras se mecía en el columpio! ¡El columpio, este maldito columpio que ahora la inmoviliza cruelmente! Siente que la abandonan las fuerzas, cierra los ojos, pero un tirón le devuelve la consciencia de su fatal realidad.

Vuelve el recuerdo: justo en el instante de su revuelo más alto, le dio a Francois el pupilo de su ocupado marido, un anticipo de lo que podría disfrutar. A él pareció agradarle, de eso no había duda. Sin embargo, un instante después algo en su rostro le hizo pensar que no todo iba como ella esperaba. Antoinette volteó a ver a Gerard, su entrañable marido, solo para sentir cómo –con una maniobra de las cuerdas- la hacía caer, dislocándole parcialmente la nuca. Enredada entre las lianas del columpio, e inmovilizada como está al pie de los dos querubines del jardín, su vista domina el triste espectáculo que marca los últimos momentos de su vida: Gerard y Francois, en un maravilloso tête à tête, se entregan el uno al otro. A ratos le miran, lo que parece excitarles más y les da nuevos ímpetus a sus lascivos movimientos. ¡Sí, disfrutan su dolor! Una confirmación de ello es un tirón que acaba de sentir. Mirando de reojo, puede ver que cada uno retiene en una de sus manos una de las lianas que sostuvieran el columpio y, cuando creen que duerme o se desmaya, tiran de ellas, para hacerla volver en sí, manteniéndola como atenta espectadora.

Los amantes se acarician, se besan, ¡hacen el amor de una manera inusitada! Antoinette los mira, no puede hacer otra cosa. Confusa, siente de nuevo esa mezcla de dolor y placer incontenible. En el momento del clímax, ambos tiran con fuerza de las lianas. Ella está consciente de lo que vendrá, suspira y esboza una última sonrisa. La ilusa mujer muere con la exhalación desbocada de los dos amantes que han logrado realizar la unión que tanto anhelaban. Se besan nuevamente, se acarician con parsimonia y comienzan a conversar acerca de las remodelaciones que harán al jardín desde el amanecer. Para todos serán labores de ampliación, para Antoinette, su morada final.

B. Osiris B.

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