A Leyda los
cuarenta le entraron con calores, no sofocos. Su cuerpo le pedía
sexo. Sexo como el que había tenido hasta entonces, solo que a Raúl los
cincuenta le entraron con frialdades. No era cosa de que él pobre no
quisiera, solo que su mente iba por un lado y su cuerpo por otro.
Su leal amigo antes
tan constante ya no lo era. Algo sucedía en él que no lo dejaba ser como
siempre había sido. Ahora la desidia lo embargaba.
Leyda intento
desfogar tanto calor con el ministro de una iglesia vecina. Iba allí con
frecuencia y le contaba lo que se le pasaba por su mente febril y el fuego era
tanto que también lo encendía y terminaban momentáneamente apagándose el fuego
mutuamente.
Ella sentía vergüenza
y el pobre ministro mucha más, pensaba en el castigo eterno del infierno y en
las llamas que desde ya lo estaban consumiendo. Habló entonces con ella y
le pidió por Dios que dejara la iglesia.
Leyda no era mala
mujer y decidió abandonar a Dios y a sus ministros. Paró entonces en un bar de mala muerte.
Allí con quien quisiera calmaba ella las ansias momentáneas pero al regresar a
su casa seguía igual que antes y el pobre Raúl nada lograba. Si acaso y
eso; una eyaculación precoz que a ella la dejaba peor que antes y con ganas de
gritar y de llorar al mismo tiempo.
Miró ella en el
internet y encontró que vendían muñecos casi como humanos. Con la
funcionalidad más viril que la de cualquiera pues nunca se cansaban.
Ella, sin pensarlo dos veces; un par de ellos compró. Uno negro y atlético
y al parecer muy bien dotado. Y uno rubio ojiazul que a pesar de la
carita tierna tenía un gran don.
Al cabo de unos
días los paquetes llegaron. Ella los ocultó y cada que Raúl salía a su
trabajo ella disfrutaba del rubio o del moreno y a veces al tiempo de los
dos. La felicidad era tanta que por momentos no lograba contenerse y
cantaba odas de amor.
Raúl sin
sospecharlo y encontrando a Leyda cada vez más cansada, pensó que lo que la
agotaba era la rutinaria vida que llevaba y sabiendo que era una mujer ardiente
también hizo su propio pedido por internet.
Las pasticas azules
llegaron y él, feliz preparó una opípara cena. Encendió velas y también destapó
una botella de champaña que tenía destinada para una gran ocasión. Pero
es que está realmente lo ameritaba.
Se tomó dos grajeas
y nada. Ya a punto de llorar y arrepentido por faltarle a su Leyda, le
suplicó que ella se buscara un amante que calmara su ardor. Un poco
temerosa, un poco preocupada y otro tanto gustosa sacó de abajo de la cama
Leyda a su par de galanes.
Hoy el bueno del Raúl no se preocupa
por nada, ya no se afana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario