Ese ruido infernal las hacía correr locamente hacia cualquier parte que fuera, alejarse
de él. Se atropellaban, de pisoteaban, se empujaban y arrojaban al vacío
unas a otras. No importaba si la prisa le causaba la muerte a una de sus amigas
o a sí misma. Es que ese aparato nefasto; puesto en el cuello del perro
había acabado con la tranquilidad que disfrutaban desde hacía varias
generaciones atrás. La vida de costumbre
quedaba atrás… ahora tocaba empezar de nuevo.
Dicen que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista y al
parecer eso era lo que había sucedido. Ahora tendrían todas que buscar un
nuevo hogar.
Es que ser una pulga de perro con
amos quisquillosos es cosa seria.
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