martes, 27 de agosto de 2013

Ajedrez



En un enroque, el monarca pierde la vida junto a su fiel amigo, compañero de mil batallas. La reina negra, inmisericorde, alza su espada luego de la estocada final. Una carcajada al viento y una mirada furtiva a la otra esquina del tablero; desde allí, sonriente, la otrora prisionera clama la presencia de su libertadora. El tablero goza de una nueva geografía geopolítica. La reina negra galopa en búsqueda de su amante furtiva. Ambas soberanas se besan con pasión, despojadas de toda investidura ante una multitud atónita de peones y alfiles que no saben a cuál de ellas aclamar. En una salida inteligente, la torre grita:

- “¡Que viva el amor!”

- “¡Que viva el amor!”, replican todos

Entre vítores y carcajadas, se avizora una nueva era. En un instante ya nadie recuerda al rey blanco. El rey negro, feliz, se ha retirado a vivir de sus rentas en un tablero de Monopolio: es su ideal de felicidad, ser un yuppie trasnochado, dedicado a la compra-venta de bienes raíces. A él tampoco lo recuerdan y, la verdad, eso poco le importa.
B. Osiris B.

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