martes, 27 de agosto de 2013

Los cuentos





La angustia se reflejaba no solo en el rictus de su boca, sino en sus ojos y en sus manos que apretaban frenéticamente un pañuelo antes húmedo de lágrimas ahora seco por  tanta fricción.
Caminaba como lobo en celo y posaba la mirada en un sitio o en otro... ahora la puerta, luego la ventana, la silla vacía, la cama deshecha y de nuevo.
Le parecía una eternidad pues bien es sabido que el que espera es quien desespera.  El menor ruido la hacía entrar en otro de sus enardecidos paroxismos. 
De todas formas la ansiedad jamás cedía y los médicos desesperaban pues era una paciente medicada por años que seguía esperando la llegada de un príncipe azul.
Su madre la crió leyéndole historias fantásticas y ella se las creyó todas.
Ahora ya anciana, recluida por años- casi toda una vida- en un hospital psiquiátrico, sigue en la espera, retorciendo el pañuelito que humedece con las lágrimas que derrama día a día.  Sus piernas que ya poco o nada la sostienen caminan sin parar de un lado al otro del cuarto.  Pero sus ojos... ellos conservan la vida, el brillo y la lozanía de la juventud temprana y al menor ruido;  saltan de la puerta del cuarto a la ventana y de esta a la silla -sempiternamente vacía- y a la cama deshecha y de nuevo  nada.

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