sábado, 3 de agosto de 2013
Bella y atrevida
Yo venía hacia mi casa cuando la vi, muy oronda contonéandose a mitad de calle, de cara al viento y al sol. Parecía valiente y arrojada, ¡salvaje! Nada de la inhospitalidad del barrio parecía afectarle. Creo que fue eso lo que despertó esa pasión -súbita y efímera a la vez-, esa curiosidad por verla de cerca y saber más de ella. Avancé lentamente, temiendo quizá asustarla, ¡como si eso fuera posible!
Ya cerca, su aire de libertad –de indiferencia, si he de ser sincera- terminó de cautivarme. ¡Era bella y atrevida, como pocas que he visto por estos lados! El viento la estremeció levemente, haciéndola voltear a un lado y a otro. Pero permaneció inmutable ante mi presencia, mostrando su sencilla pero imponente personalidad. La admiré más por atreverse a salir así, sin más, en medio de tanta fealdad, para mostrar esa belleza silvestre y tan natural. Le tomé una foto (sin permiso, así de atrevida soy) y sonreí al ver de nuevo sus contoneos. La brisa fresca y el sol relumbrante hacían lucir muy brillante ese tono rojizo con el que siempre se visten las de su clase y ella parecía saberlo con la certeza de quienes salen a la calle a llamar la atención. Así duramos un instante, semiestática ella, extática yo ante su dulzura e inocencia. Luego de unos segundos de contemplación, recobré la cordura e internalicé que nada más habría entre nosotras. Solté un suspiro alegre y nostálgico a la vez; agradecí en silencio su delicada y fugaz presencia en mi vida y partí. Seguí mi camino sin mediar palabra alguna entre nosotras y la dejé allí, a un lado de la calle, luciendo su atuendo tan sencillo y llamativo.
Hoy, al pasar de nuevo por el mismo lugar, miré de reojo, a ver si la suerte unía de nuevo nuestras vidas… ¡nada! Seguro algún chiquillo se enamoró –igual que yo- de sus atributos. Amor inocente y fatal, para una pequeña e indefensa flor de diente de león que se atreve a crecer a la vera del camino. ¡Bella y atrevida!, así la recuerdo aún después de su partida, así pervive en mi recuerdo de un amor no tan breve como su existencia, inmarcesible más allá de su presencia física, de su belleza misma.
B. Osiris B.
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