Toso y me
estremezco, sueño que nado en un río de aguas turbulentas y que estoy muy
cansada. No me dejo llevar, lucho contra la corriente y me golpea el agua
y las piedras lastiman mis piernas y mis brazos.
El agua como por
osmosis me penetra me hace más y más pesada. Intenta llevarme al fondo,
pero yo lucho. Insisto en ir rio arriba cuando el rio me quiere llevar
abajo.
Terquedad, dirán
algunos. Necesidad, digo yo.
Por fin después de
manotear ya sin razón ni sentido. Logro llegar a la orilla. Me
agarro de una rama y logro sentarme con mucho esfuerzo sobre una piedra.
El sol me da de lleno; con fuerza. Me calienta. Seca el agua de mis
ropas y me adormece. Luego de un buen rato -supongo- y ya repuestas mis
energías, miro el río y me rio de mí y de él. La lucha fue intensa
y empatamos.
Al final de cuentas estoy en el mismo sitio desde el que empecé la
lucha. No sé por qué motivo debía nadar,
ni a donde debía ir. Solo sé que ahí
estoy.
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