lunes, 12 de agosto de 2013

El soldadito de plomo y sus recuerdos



Llueve a cántaros desde el amanecer. Iluminado por la tenue luz de una vela, el viejo soldado descansa sentado en su sillón favorito, mirando a través de la ventana. Día gris y con mucha niebla, justo lo necesario para remover sus recuerdos. Siente el frío y se acomoda la frazada que le cubre las piernas. Es larga, gruesa y suave, –aunque bastante raída por el paso de los años-, justo lo que necesita para dar calor a su única pierna sana y al muñón que, en días como el de hoy, tanto le duele.

El frío le cala hasta el plomo, pero no se acerca ni un ápice a la llama que arde serenamente. Al contrario, al mirarla, se estremece y hace un ademán para alejarse. En el mismo estremecimiento, toca las cicatrices de sus manos y su cara. Hoy, como aquel día, quisiera llorar, pero los soldaditos de plomo no lloran, porque son de plomo. Una ráfaga de viento se cuela por la hendija de la ventana y los recuerdos le atormentan: una ráfaga de viento le salvó y lo condenó. Vuelve a acariciar sus cicatrices, se detiene en la de su mano derecha. Al tocarla, al recorrerla, recuerda: era una hermosa tarde, había logrado regresar a casa milagrosamente luego de una larga travesía y ahora el futuro le sonreía. De repente, en un giro del destino fue a dar a aquella chimenea y, tras de él, su amada, impulsada por una maléfica ráfaga de viento, la misma que le hiciera salir impelido hasta un frío rincón de la chimenea. Todo el pánico y la desesperación de los primeros instantes, mientras sentía que el fuego le consumía, no se comparan –aún hoy- con la agonía de ver a su amada arder en la hoguera. Sus esfuerzos fueron vanos, el plomo de su mano a medio derretir se había fijado a una grieta del ladrillo que revestía esa parte de la chimenea, sujetándolo, sin permitirle ir en auxilio de su amada que en solo unos instantes se consumió en las brasas. Los titulares narraron un historia de amor. ¡Una historia de amor!, pero no hubo investigaciones, no hubo curiosidad ni siquiera por parte de su batallón. "Así es el público", pensó, justificando (¿o lamentando?) aquel olvido de tantos años. Una historia de amor que publicaron los diarios y que todos aceptaron sin más. Todos menos él, que sufrió los embates del fuego, vio morir a su amada y se salvó por un extraño accidente de la vida.

Tardó años en salir de allí, adherido como estaba a aquel rincón casi inexpugnable de la chimenea. No es un recuerdo que tenga muy claro, pero evoca palabras “mudanza”… “limpieza a fondo”… “familia nueva” y luego todo se enturbia. Cada día contaba como un siglo en su afán de volver a ella. Quiso el destino que en esos vaivenes hogareños, fuese a dar justo allí, a la caja de recuerdos de la infancia de los niños que hoy, ya adultos, retomaban las riendas de la casa. Y fue mágico el momento en que halló los restos de su amada. Un relámpago lo trae a la realidad, los truenos retumban y la lluvia amenaza con derribar el techo que les cobija. Otros juguetes viejos se acercan al fuego o se unen a la tertulia que Ricitos de Oro, animadamente, conduce en un rincón al otro lado del desván, mientras la familia oso como unos restos de galletas de jengibre.

Otra ráfaga de aire amenaza con apagar la vela. Se turba. Siente muy cerca ese calor al que aprendió a respetar. Vuelven los recuerdos. Los espanta con un sorbo de chocolate caliente mientras aprieta con su mano sana el corazón cristalizado con una lentejuela negra que cuida como a una reliquia. Es su único recuerdo de un amor que le mantiene y, paradójicamente, le consume su alma de juguete. Su oasis de afecto en el forzado exilio de un cajón en el fondo del desván. Cae la lluvia fuertemente. De reojo, el viejo soldado mira el barquillo de papel que amarra al poste del jardín de la casa de muñecas. Vuelve a ajustar la frazada, se reclina un poco y asido firmemente a lo que asemeja una diadema con forma de corazón, abraza a su amada y mira en la distancia las nubes grises que trajo el amanecer.
B. Osiris B.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Me acuerdo (II) El velorio

 El velorio  Me acuerdo cuando  en la casa de la abuela velaron esa niña recién nacida. Me acuerdo que le pusieron mi vestido y zapatos de b...