Algo así como la depresión se posó en su corazón, era un peso sordo, un gran
peso imposible de cargar en el pecho. Él pensó que la tristeza lo
embargaba como tantas otras veces y como tantas otras veces la hizo a un lado.
Poco tiempo duró el respiro, el descanso necesario para tomar fuerzas y aire y
por fin exhalar con ruido y sin parsimonia el último sorbo de aire que había
logrado entrar en sus pulmones.
Un estertor, un suspiro ahogado, espantosamente largo y luego... el
silencio.
Tristeza, hastío, depresión, angustia; nada de eso era lo que sentía, lo
que sintió en ese último instante. Y luego Nada.
Silencio, soledad, escuchar a lo
lejos llamados imperiosos. Nada.
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