martes, 21 de mayo de 2013

La voz de la muerte


Viene cada mes y toca su timbre. Tiene una voz agradable y muy varonil. Su dicción es muy aceptable. Y demuestra tanta cortesía que a veces resulta chocante. Nunca le he visto, ¡no me atrevo a asomarme a la ventana!, aunque sería muy fácil. Para mí es solo eso, una voz, ¡la voz de la muerte! Oigo cómo le formula preguntas personales, le increpa de sus gustos y hasta se atreve a pedirle su número de teléfono. A ella, a mi vecina, le gusta. Se le nota en la voz y en la risa (su tono no suele ser el mismo con el que grita a los niños que cuida). Sólo oigo su risa una vez al mes. Cuando ocurre esta visita furtiva, a media mañana, cuando no hay casi nadie en el vecindario. Y su tos cada vez más sonora de fumadora crónica, rompe el silencio de la media mañana e interrumpe esa placentera risa. Respira. Se calma. Es así cada treinta días.

Hoy volvió la voz a casa de mi vecina. Siempre con un bolso cargado de regalos. La endulza, la prepara lentamente. Y hubo risas, flirteos, comentarios. ¡Y esa voz! Una voz que parece entrenada para hacer sonreír, para responder a sus requerimientos. Ella, mi vecina, cede. No le importa la reiteración de las preguntas, responde presta y con gusto porque sabe que obtendrá su premio como el mes pasado, como el mes próximo. Solo por eso contesta y sonríe… y suspira ansiosa. Termina la entrevista, ya la muerte deja su legado, su cuota de inversión progresiva y mi vecina la recibe, sonriente. Se va la voz y ella, mi vecina, abraza a su paquete de cajetillas de cigarrillos, ansiosa de que llegue el próximo mes. Feliz de haberse ganado un regalo más de la voz. Tose y se ahoga. Y cierra la puerta sonriente.

B. osiris B.

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