domingo, 11 de septiembre de 2011

Yo y mis agüeros

Soy la persona más agüerista del mundo. Entre tantos agüeros como existen, tengo por ejemplo el de la sal. No le recibo sal a nadie, ni a mis hijos siquiera. No cruzo bajo una escalera por nada del mundo; aun cuando tenga que dar una vuelta larga y aún más tonta que el agüero como tal. No me miro en un espejo roto y si se me rompe uno siento que el mundo se me va a romper como él en mil pedazos y no descanso hasta dejar una parte de él por lo menos en agua corriente; afortunadamente aquí hay muchas quebradas o arroyuelos. Una sombrilla abierta en mi casa es mal augurio también. Si se me cae de las manos una cuchara llegará de visita una mujer, si es un cuchillo entonces será un hombre. No agarro con mis manos la pepa –hueso- del aguacate pues me volveré rompelotodo y así sucesivamente; un sinfín de agüeros me precede, anteceden y suceden.

Por lo mismo y tanto odio las cadenas. No me gusta recibirlas ya que no puedo reenviarlas pues en mi instinto no está el mandarle mala suerte a nadie. Pero eso sí; siento que me van a caer todas las malas suertes del mundo; el sexo incluso se volverá terrible, el pelo se me va a caer, un pariente fallecerá sin dejarme una herencia y demás. Cómo es posible que precisamente la gente más cercana a uno sea la que se atreva a reenviar semejante tipo de maldiciones.

¡Qué bella forma de demostrar el cariño y la consideración!

Por favor, no me envíen cadenas que cualquier cosa mala que me suceda va a pasar por recibir el mensaje de marras y no reenviárselo a nadie.

¿Deseas tú sentirte responsable de mi mala suerte? ¡Espero que no!

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