jueves, 29 de septiembre de 2011

Nana, nanita

Un día una Nanita deseó que su pancita floreciera. Ella soñó, pidió y suplicóverla crecer, sentir pequeñas pataditas en su vientre y escuchar desde su corazón aquel otro corazón chirriquitico. Cada tanto; lloraba un poco y luego secaba las lágrimas que brotaban como manantial en lo profundo de su ser y se preguntaba cual era el motivo que impedía que una semilla germinara si estaba plenamente convencida que abonaba, removía y regaba con frecuencia y amor su jardín. Ella sabía además que cuidaría de su retoño con la más grande abnegación y entrega posibles, pues estaba llena, repleta, a punto de explotar de tanto, tanto, tanto de ese maravilloso sentimiento que habitaba en su corazón –ese sentimiento que nosotros llamamos amor-. Solo que a veces los caminos de Dios son insondables, desconocidos e incomprendidos por nosotros que aun cuando somos criaturas divinas; apenas si, entendemos y aceptamos sus designios. Dios en su magnificencia y conocedor de la capacidad de amar de Ella; deseaba que Nanita diera su corazón a muchos en lugar de a unos pocos y que amara sin medida y se entregara por completo a los otros.

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