Decidí hacerle frente. La miraba desde la infancia, luego la adolescencia y más tarde desde la juventud y pensaba que no le tenía ni tendría miedo, pero al ir pasando los años y tornarse tangible y cercana, demasiado para mi gusto. Me decidí a enfrentarla. No le iba a permitir que me siguiera atormentando. Pensar en las arrugas, las canas, las ojeras y hasta en el deterioro de huesos y piel me parecía demasiado, así que la encaré.
Le dije muy en su cara que no estaba dispuesta a permitir que hiciera conmigo lo que quisiera, que no podía esperar y menos soñar que yo no le diera gran pelea. Era entonces una guerra declarada y además a muerte.
Así que tomando cartas en el asunto acudí a doctores, compré cremas y ungüentos, me realicé masajes de unos y de otros y también me convencí de hacer ejercicio. No era eso lo único que tenía que hacer, además era mi obligación inmediata y perentoria vivir lo más alegre y feliz que pudiera desde ese mismo momento y hora.
Ella se retiró un poco, pero sé que me observa, que espera que yo baje la guardia para atacar de nuevo y ganar una batalla de las tantas que daremos pues también tiene claro que volveré a defenderme cuantas veces sea necesario y posible.
Tenemos una seguridad eso sí... ella sabe y yo sé que un día por fin será ella quien gane la partida, pero no se la pondré de ninguna manera fácil ya que yo nunca abandonaré mi lucha.
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