sábado, 3 de octubre de 2009

Un pequeño cuento de navidad.


Vió la luz pero no la sintió directo sobre si misma. ¿Donde se encontraba? Levantó un poco más su cara y observó. ¿Qué sería eso?
Se recogió en sí misma y pensó. Pensó un rato más y decidió que teniendo miedo no lograría nada. Levantó de nuevo su cara y contempló el panorama.
Una especie de casa.  ¿Pero si ella no sabía que era una casa por qué pensaba que este sitio se le parecía?
Bueno, decidió que era una especie de casa y punto.  Miró a su alrededor y se dió cuenta que habían seres de una especie diferente a la suya.  Estos animales. ¿Serían animales? Tenían 4 patas y eran peludos. En eso se parecían. En lo demás no. Uno de ellos. ¿Una? Tenía las orejas largas y paradas y mientras hablaba comía mucho. El otro estaba recostado sobre un piso suave y masticaba algo, mientras escuchaba a la de orejas largas. ¿La escuchaba? O pensaba en su vida y en su historia, en lo que le depararía el futuro.
Siguió observando y vió animales. ¿Animales también? Pero estos eran diferentes. Tenían plumas y pico y buscaban en el piso algo. Uno de ellos más grande y elegante cantaba. Su sonido era estridente. Al escucharlo por primera vez se asustó y se escondió de nuevo.
Ensimismada en sus cavilaciones escuchó voces. Parecían un hombre y una mujer. ¿Cómo era que sabía todas estas cosas? Se lo preguntaba pero se daba cuenta que conocía muchas de las cosas que pasaban a su alrededor. Era como si hubiera nacido sabiéndolo todo.
Hasta muy cerca de ella llegaron efectivamente dos personas bellas pero cansadas. Parecía que una luz interior los iluminaba. De ellos no sintió temor. Por el contrario pensó que la protegerían de todo.
Vió a un hombre joven y bien parecido. En sus manos llevaba un precioso bastón florecido. Inmediatamente sintió que su corazón palpitaba con más fuerza. Pero no podía detenerse allí nada más. Vió que atrás del hombre entraba una joven muy bella, y  cansada, era un poco gordita, bueno era una gordura extraña. Solo su pancita estaba crecida y en algunos momentos se movía algo allí. Notó que sufría cuando su barriguita se movía.
Ella. María se llamaba. Se recostó sobre el piso suave y al cabo de un rato se escucho un llanto fuerte y maravilloso. Era un sonido tan hermoso que su carita sonrió y de sus ojos salieron unas gotitas de agua.
Pronto notó que había algo, alguien más allí. ¿Cuando llegó? No lo vió cuando llegaron. Pero ahí estaba. Era chiquito, regordete y sonreía. José lo envolvió en su manto y lo puso sobre un poco de paja que recogió de los alrededores.
La casita  se quedó en silencio, todos descansaban. El buey dejó de masticar y respiraba al lado del niño dándole calor. La burra en cambio trataba de comerse la paja. Pero al ver al niño se quedó en suspenso y solo lo observó con adoración.
Decidió pensar menos en los otros y conocer su propia existencia,  qué era ella. No se parecía a los animales de 4 patas. Solo tenía una, muy bonita y era de un color verde brillante. Tampoco tenía plumas ni pico pero si unos pétalos de color muy brillante y bonito.
A qué se parecía ella. Lo pensó y lo pensó y miró de nuevo a su alrededor, él bastón de José que estaba recostado en una de las paredes del establo. Establo; eso era. No era una casa. Era un establo. Sonrió al darse cuenta que divagaba de nuevo. Pero su pensamiento y su mirada regresaron al bastón. Y al ver las bellas flores blancas se dió cuenta que ella era una magnifica florecilla amarilla.
Una de esas flores que crecen silvestres en el campo y ella por un milagro divino había nacido allí en ese establo y había presenciado el maravilloso milagro del nacimiento del Niño Dios.

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