viernes, 30 de octubre de 2009

El Viudo

Bien parecido, gentil sonrisa y agradable conversación. Hombre ya entrado en años pero no en carnes, muy cuidada su figura. Se sabía admirado y le gustaba llamar la atención de mujeres un tanto mayores y con tendencia u obligación a la soledad. Mujeres separadas, viudas e incluso solteronas empedernidas. No por su propio gusto, lógicamente. En su juventud exigieron demasiado de los hombres que osaron poner sus ojos en ellas y luego cuando los años las fueron cubriendo de canas y arrugas, ninguno llegó que estuviera dispuesto a acompañarlas en la madurez o mejor en la vejez y soportar las “chocheras” propias de las ancianas.
Él, conocedor de sus debilidades, las halagaba, las llenaba de atenciones, poemillas rústicos e incluso algo vulgares, algunos propios y otros robados de libros viejos llenos de polvo y moho. Les llevaba flores y bombones no muy costosos por cierto, pero si llamativos, envueltos en papel de seda de múltiples colores, leía libros con ellas y demarcaba las hojas con bellos pañuelos finamente bordados con sus iniciales y embebidos en su fragancia favorita.
Todas estas mujeres solitarias tenían además una mascota; un perro, un gato, un periquito, un canario, etc. Y él sabía hacerse amar también de aquellas criaturas, las atraía con regalos y bocados que elegía adecuadamente en diferentes eventos o reuniones privadas o sociales y guardaba cuidadosa y delicadamente en bolsas que luego depositaba en sus grandes bolsillos para alagar a éstas y aquellas.
Pasados unos días de asidua visita –vigilancia mejor- él entraba en terrenos un poco mas íntimos y apasionados, juraba estar enamorado locamente, y proponía una unión que según ellas veían, los satisfacía a ambos.
Ellas obtenían compañía y él casa, cama, mesa, dinero en los bolsillos y una vida de holgura y tranquilidad que le aseguraría también una vejez digna e incluso feliz.
Lo que ellas no sospechaban era que no eran las únicas. Que éste agradable y enamorado caballero tenía tres damas en igualdad de condiciones dispuestas a entregarle su amor, su compañía y sus caudales.
Por supuesto, después de alguna insistencia él logró su objetivo y el… los matrimonios fueron llevados a cabo en cada una de las diferentes localidades, vale aclarar que las damas no se conocían entre si y que vivían en sitios diferentes y distantes. Cada una de ellas sentía que había alcanzado el cielo con las manos, pensaba que Dios no se olvidaba de sus ovejas y que estaban destinadas a vivir un resto de vida cómodo y feliz al lado de su amado compañero y esposo.
Pasados unos meses empezaron ellas a sentirse mal, los “achaques” de la vejez no se dejaron esperar y fueron decayendo paulatinamente, ni siquiera la felicidad del nuevo esposo las hacía mejorar de salud. Los médicos determinaron que las pobres ancianas vivían sus últimos momentos. Curiosamente antes que ellas sus mascotas las habían precedido a la tumba, este evento terrible las había sumido en una honda depresión y tristeza.
Las tres ancianas fallecieron el mismo día. Sus doctores hablaron de vejez, de muerte “natural”, lo lógico es que un viejo se muera de viejo; pero el legista al que fueron llevadas para hacerles la autopsia no estuvo de acuerdo. Era casi imposible que tres mujeres viejas murieran por la misma causa y a pesar de que sus tres viudos tristes tuvieran diferentes nombres la cara era la del mismo hombre siempre.
El pobre Roberto no contaba con este pequeño detalle. Se le había pasado por alto que sólo había un médico legista en el pueblo y él no tuvo suficiente cuidado como para espaciar las fechas en las que triste e irremediablemente enviudaría.
Tres nuevas damas en diferentes sitios de la ciudad se quedaron esperando tarde a tarde al admirador que un día saliendo de misa o en el parque, las abordó diciéndoles lo hermosas que eran, lo bella que era su mascota y lo triste y solo que él se sentía sin alguien a quien amar.

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