miércoles, 28 de octubre de 2009

Suicida

Harta de todo, cansada; ya no sabía que camino tomar. Lo había intentado todo, incluso agacharse hasta abajo, hasta el piso. ¿Pero después de estar a esa altura qué otra cosa quedaba? ¿Después de agacharse hasta el piso y besar el suelo con los labios, que más se podía hacer?
Había momentos en que se sentía tan desolada, tan desesperada que la vida ya no significaba nada, era tal el pesimismo, que buscaba una salida y todas las puertas estaban cerradas. Seguro con el paso de los años las había ido cerrando ella misma, una a una y paulatinamente, o a lo mejor la rabia e impotencia eran tan grandes que no la dejaban ver más allá de su propio dolor.
Buscar consejo, ayuda. ¿En quién? Si cada día se encontraba más sola. Cada día era una mujer más gris, más triste, más…
Ni sinónimos encontraba para su persona, es que el grado de tristeza era enorme, y la soledad ni se diga. Y una soledad deseada, buscada y conseguida era una cosa. Pero una soledad forzada por las circunstancias, por la vida; era otra.
Tan atrapada estaba en sus pensamientos que estos la absorbían y no la dejaban ver el sol a través de sus dedos. Sus propias manos ponían una venda en su cara y ella, atontada como estaba no caía en la cuenta de que solo era quitar las manos de su rostro y ver el mundo, la vida, el brillo del sol, otros rostros sonrientes de personas dispuestas a ayudarla, a acompañarla, a mostrarle la vida y sus placeres.
Buscó y buscó una solución y claro halló una. Ingirió unas pastillas; el dolor era intenso, tan grande que la obligó a llevarse las manos al abdomen y al hacerlo, no solo descubrió sus ojos sino también su corazón. Ahí fue cuando vió el sol brillar y entendió los motivos, y se dio cuenta que no había buscado ayuda suficiente o solución a sus problemas, cuando entendió que su infelicidad era por ella, solo por ella. Cuando entendió que ella era la responsable de su propio destino, entonces… Trató de gritar, llamar a alguien, pedir ayuda, pero… Ya era demasiado tarde.

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