sábado, 3 de octubre de 2009

Navidad en el corazón

Cosía y cosía y no paraba de coser. Su vida se le iba en esa aguja y ese hilo; unas veces de un color, otras de otro, pero siempre la aguja iba y venía de un lado al otro... Se acercaba y luego se alejaba; ir y venir, eso era lo que sucedía minuto a minuto, hora a hora, día a día.
El tiempo se estiraba cuando eso pasaba y se parecía al hilo, aquel maravilloso hilo que tan pronto se acortaba como, por un milagro, volvía a alargarse.
La vida se le iba en hacer primores, unas flores rojas con hojas verdes y brillantes, una cara de querubín negro con cabellos ensortijados y miradas azules, una casita como la que siempre había soñado pero que sólo quedaba estampada con primor en una tela que luego alguien más luciría en su casa.
Llamaron a la puerta y nadie respondió al llamado, lo hicieron con más premura y ella -dejando la aguja al aire-miró con asombro y luego con curiosidad a su alrededor. Nadie. No había nadie a su lado, sólo sus agujas, hilos y telas. Muchas telas.
Escuchó de nuevo el apremiante llamado y poniéndose de pie se acercó a la puerta. La abrió y miro al frente, a los lados y nada. Regresó a su trabajo pero, no bien tomó la aguja, sonó la puerta de nuevo. Esta vez más fuerte que antes. De nuevo miró a los lados y nada, nadie. Se paró y se acercó al vano, miró por el ojo y nada, nadie; pero en ese instante casi la derriban de un fuerte empujón y la puerta se abrió misteriosamente. Pero nada... Nadie estaba allí. ¿Sería el viento?
Un viento helado penetró en la habitación y elevó por los aires las telas, los hilos, incluso las agujas flotaron un momento, quedaron sus pendidas y al piso cayeron. Un leve ruido se escuchó pero nada. No vió a nadie.
Cerró la puerta y se aproximó a la mesa de café sobre la que había un pequeñísimo pesebre –Una miniatura-. Lo observó de corrida y se agachó a recoger las telas, el hilo y las agujas, una a una. Al tomar la última sintió un pinchazo y lanzó un quejido, arrancó la aguja y se miró el dedo. Noto su sangre roja que fluía y pensó que la vida que se le escapaba en pequeñas partículas; luego sonrió y se dijo que era una tonta al pensar que moriría sólo por un pinchazo.
Tocaron de nuevo su puerta con mucha violencia. Esta vez se asustó y decidió no abrir, pero siguieron llamando con insistencia cada vez mayor.
Abrió de nuevo y nada. Silencio, frío, lluvia y viento. Un suave y cálido viento penetró ya no en su habitación, sino más bien en su corazón. Cerró de nuevo y ahora con precisión sus ojos se posaron sobre el pequeño pesebre.
¿Qué día era hoy? ¿Cómo era posible que hubiera olvidado que era Navidad? El Niño nacería en el pesebre a las doce de la noche. Miró el reloj ubicado en una de las paredes de su cuarto y ¡oh sorpresa!, media noche, no sabía qué hacer ya que estaba sola y nadie llegaría a compartir su mesa.

Oró por ella misma, por los desamparados, por los solitarios, por los que no tenían un techo, un hogar...De pronto se dió cuenta que sólo oraba por ella. Ella estaba sola, desamparada, sin techo ni hogar. Lo que había a su alrededor no era más que una ilusión creada por su mente febril, por su necesidad de cariño y compañía: No había cuarto, ni paredes. No había mesa, ni reloj; tampoco hilos, telas o agujas. Lo único que sí había era un pequeño pesebre en su corazón.

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