martes, 13 de octubre de 2009

El momento llegado

Tú sabías que te ibas a morir, siempre supiste que cuando llegara el momento y la hora, tú ya estarías más que enterado.
Nunca tuviste miedo de la muerte, era el final del camino, el último momento que mirarías a su cara con los ojos llenos de vida y luego nada, el silencio total, el vacío infinito, la luz o la oscuridad... en eso sí tenías duda. No podías, no lograbas imaginar si era oscuro o claro el más allá. No pensabas en cielos o infiernos. No pensabas en tristezas o alegrías, tampoco pensabas en estar reclinado en una nube tocando una lira, pero el infierno no lo veías como propio. Finalmente malo, malo, lo que se dice malo nunca habías sido.
Una vida no significaba mucho y menos si era de un ser inferior por lo tanto muchas vidas de seres iguales tampoco lo eran. Incluso tu propia vida tenía significado en tanto tú fueras Dios, ¿En otro caso de qué valía vivir una vida oscura y gris?
Unos cuantos quemados en hogueras, otros ahogados en cuartos con gases letales, otros que sirvieran para experimentos científicos que luego salvarían vidas de seres humanos que realmente valían la pena, unos más muertos por cansancio; físico e incluso moral.
En numerosas oportunidades los otros sintieron que tu hora había llegado, pero tú estabas seguro, te sentías Dios, te sabías Dios y entendías ahí en tu interior que nada ni nadie lograría dañarte. Únicamente tú podrías poner fin a ella. Era tu predestinación.
Así que llegado el momento no lo dudaste un instante; ella no se quedaría sola sin ti y tú no querías recorrer ese camino solo.
Mirándola a los ojos, besándola en la frente le disparaste al corazón y luego sin una lágrima, sin miedo con total tranquilidad miraste a la muerte a la cara, frente a frente.

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