jueves, 22 de octubre de 2009

Mujer anónima.

Me acerco a ese negocio. Venden pastelitos, café frío y caliente, chocolate, y algunas otras cosas para saciar el hambre o quizás sencillamente para entretenerla. Pido un café helado ya que hace mucho calor, el sol brilla en lo alto y se siente que pica un poco en la piel, cierro los ojos y adelanto la cara para que me acaricie.
Miro al rededor y no hay nadie más que la vendedora de café, una señora que vende lotería, y un par de personas que entran al almacén, uno de los tantos almacenes de cadena de mi bella y cálida ciudad. Recibo mi café y pago el importe, espero las vueltas. Miro de nuevo y allí al lado hay un par mesas con sillas, decido sentarme a tomar mi café y a esperar.
Frente a mi, queda el parqueadero lleno, muchos autos están allí al sol esperando sus dueños, pienso en eso e inclino la cabeza, mezclo mi café con el pitillo y pienso pensamientos, tomo un sorbo de la mezcla helada y continuo con la mirada fija en el vaso, y perdida en mis pensamientos.
De pronto siento algo, miro al frente y ahí parada frente a mi, salida de la nada y disponiéndose a sentarse; esta ella. Una mujer no vieja pero si mayor, cercana a los sesenta, cabello rubio alborotado, sombrero rojo, viste con desaliño un pantalón deportivo que realmente le queda mal y grande, una blusa arrugada y quizás sucia o por lo menos curtida por el uso y los años, tenis gastados, se nota que la han llevado lejos, que con ella han recorrido muchos caminos.
Me observa fijamente a los ojos, me siento desconcertada. Las personas no acostumbran acercarse a ti, a mi particularmente; de esa manera. No la había observado entre la gente que por ahí estaba o pasaba, o a lo mejor al inclinar mi cabeza pasó el tiempo, el tiempo suficiente para que ella hasta mí llegara.
Me habla como si me conociera de siempre, me dice que un hombre celoso no se puede soportar que ella abandonó a su marido después de muchos años de casados, después de haber tenido dos hijas en su compañía, después de haber soportado humillaciones y malos tratos morales e incluso físicos.
Me cuenta que un día visitó un psicólogo tratando de solucionar tantas locuras que en su cabeza anidaban y se dio cuenta que el loco era él y no ella.
Un día sin haber estudiado una carrera, sin tener una profesión diferente a ser ama de casa, madre y esposa; salió a la calle, buscó un empleo y un amante y se lo restregó a su marido por la cara.
Un día lo vio llorar y suplicar desesperado, lo vio pedir perdón, aceptar culpas, lo vio rogar no por él según decía, por sus hijas; que retornara al hogar. Pero era tarde. El amor había muerto y con él, el respeto, la consideración, las tristezas acumuladas en años y la vida misma.
Esa vida de ama de casa había pasado a la historia lejana y trataría de olvidarla por siempre. Lo único rescatable eran sus dos hijas, sus amores.
El psicólogo fue muy claro, la vida pasa, los hijos se van y usted estará muerta en vida. La imagen fue terrible, sobrecogedora, el golpe en su imaginación contundente. Ella no estaba dispuesta a continuar sufriendo su compañía dolorosa por siempre.
Lo abandonó, trabajó duro, amo mucho y vivió feliz. No se arrepentía de nada. Bueno, quizás de haber tardado tanto en buscar una cura para su locura.
Yo la escucho en silencio, miro sus ojos claros, la transparencia en su mirada y me preguntó por qué llegó hasta mí. Por qué compartió conmigo sus pensamientos, sus vivencias, Por qué…
Llega la persona que espero, se la presento a Elvira y parto, me voy pensando pensamientos, me voy pensando que la vida nos habla, me voy sintiendo que esa mujer no era tal que era un fantasma pues llegando al auto miro de nuevo y ya no esta.
Siento en calor del sol en mi piel, casi pica en mi cara, cierro los ojos y me dejo acariciar por él de nuevo.

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